Una violeta en la tumba del poeta carlos mario vega velez fenix
Por: Carlos Mario Vega V.
PARA: Juan Sebastián, Mi hijo
Siempre he amado y admirado a España y a sus hijos, por ello, desde pequeño dime a leer a los autores españoles, desde los Clásicos, hasta los Contemporáneos, pasando por los Neoclasicistas y especialmente a los Románticos.
Durante una convalecencia en el año setenta y siete, me llené lacabeza de romances del siglo XII, de Torres y Villarroel, los Fernández de Moratín, hasta Marquina Ridruejo y mil más. Pero uno de ellos de entre los Románticos, hubo de conmoverme hondamente: Enrique Gil y Carrasco. Había nacido en Villafranca del Bierzo (León) en el año de Mil ochocientos quince. Había estudiado latín y filosofía en San Agustín de Ponferrada y en el Seminario de Astorgarespectivamente.
Pero ni el latín, ni la escolástica, ni la jurisprudencia –que también estudió en Valladolid – le habían logrado quitar el gusto por la Poesía y como el oficio de poeta, casi siempre ha ido acompañado por la falta de pecunia, hubo de marchar a Madrid, en busca de nuevos horizontes. Allí, la vida le sonrió –a lo lírico; que no a lo económico-, y fue conocido y admirado en el Liceo.Pero su temperamento le llevó a evocar un símbolo típicamente romántico de la poesía “La Violeta”. Y cuando hablamos de esto, parece que sonara en nuestros oídos el Opus 10 No. 3 de Chapín, denominado, no sin razón,”Tristeza”.
Y tristeza inmensa sentí cuando leí por primera vez “La Violeta” de Gil y Carrasco:
“Flor deliciosa en la memoria mía,
ven mi triste laúd a coronar
y volveránlas trovas de alegría
en sus ecos tal vez a resonar.
Mezcla tu aroma a sus cansadas cuerdas:
yo sobre ti no inclinaré mi sien,
de miedo, pura flor, que entonces pierdas
tu tesoro de olores y tu bien”.
Y quizá envanecido por sus triunfos literarios en el Liceo y aspirando a la corona de la inmortalidad lírica, exclamaba:
“Yo, sin embargo, coroné mi frente
con tu gala en lastardes del abril,
yo te buscaba arillas de la fuente,
yo te adoraba tímida y gentil.
Me preguntaba que era aquello que adoraba, el poeta, en una simple angiosperma, pero no entendía que la misma simpleza de esa flor, era la causa de su fascinación, entonces hube de seguir leyendo y el mismo respondió a mis inquirires.
“Porque eres melancólica y perdida,
y era perdido y lúgubre mi amor;en ti miré el emblema de mi vida
y mi destino, solitaria flor”.
Entonces descubrí, un Enrique solitario, trashumante entre León y Astorga, Valladolid y Madrid. Un poeta solitario, reconciliado consigo mismo y dispuesto a aceptar el regalo que la naturaleza le ofrecía, en la presencia violácea de la flor.
“Tu allí crecidas olorosa y pura
con tus moradas hojas de pesar;
pasaba entrela hierba tu frescura
de la fuente el confuso murmurar.
Y pasaba mi amor desconocido
de tu arpa oscura al apagado son,
en frívolos cantares confundido
el himno de mi amante corazón
Yo busqué la hermandad de la desdicha
en tu cáliz de aroma y soledad,
y a tu ventura asemejé mi dicha,
y a tu prisión mi antigua libertad”.
Y el poeta después de vagar por tantas tierras y vivirtantas experiencias exclama:
“¡Cuántas meditaciones han pasado
por mi frente mirando tu arrebol!
¡cuántas veces mis ojos te han dejado
para volverse al moribundo sol!
¡Que de consuelos a mi pena diste
con tu calma y tu dulce lobreguez,
cuando la mente imaginaba triste
el negro porvenir de la vejez!”
No imaginaba el terno y romántico poeta, que nunca habría de ser viejo yque solo viviría unas tres décadas. Pero seguía repitiéndose ingenuo, que las flores aliviarían sus angustias seniles:
“Yo me decía:
Y me apartaba, al alumbrar la luna
de ti, bañada en moribunda luz,
adormecida en tu vistosa cuna
velada en tu aromático capuz”.
Pero el poeta partía de una tierra y otra itera, victorioso, porque todavía le quedaba un arma, ¡la Esperanza!, y una...
Regístrate para leer el documento completo.