Utano Princesama
1) 1. ¿A dónde ir?Es un viejo loco!— No es para tanto, además,no hay otro lugar donde dejar a Marcos portantos días.La discusión llevaba ya un largo rato. Laspalabras me parecían flechas invisibles lanzadaspor el aire, flechas que llegaban hasta el otrocuarto donde, como siempre, yo dibujabamonstruos.
Cuando las palabras “viejo loco” atravesaron la
puerta, puseel lápiz a un costado y esperé. Sabíaque mis padres nunca se ponían de acuerdocuando hablaban sobre el abuelo Felipe, peroahora el asun-to era mucho más importante quede costumbre.Hacía un par de años que no veía al abuelo, peropensar en él me despertó un sentimiento tibio enla barriga y también un montón de dudas: mamásiempre decía que el abuelo era una malainfluencia para mí.Me acordé de cuandoíbamos juntos a pescar yempecé a reírme solo. Sí, el abuelo podía ser
2) una mala influencia. Todavía podía verlo allá enla playa, hablándome bajito, señalándome lasmuchachas que pasaban con unos trajes de bañocasi invisibles.De todos modos ahora la discusión era distinta:mis padres tenían que hacer un viaje, esemismísimo viaje del que habían hablado durantemucho tiempo y necesitaban un lugarsegurodonde dejar a un niño ejemplar y educado, o sea, yo.
— Siempre fue muy bueno con Marcos!
— decíapapá.
— Sí, pero es muy distraído y fuma demasiado,un día se le va a prender fuego la casa
— insistíamamá.
— No seas exagerada; además tu hermana notiene lugar, así que mi padre es la única solución.La discusión seguía, pero yo sabía que encualquier momento llegarían a un acuerdo.Despuésde todo, serían sólo quince días y setrataba de ese famoso viaje con el que tantohabían soñado.
— ;El abuelo Felipe!— dije en voz alta aunquenadie podía escucharme. Ese viejo flaco ypelado, de cara cómica, al que le gustaba leernovelas policiales y escuchar música extraña.Ese viejo de manos grandes y piernas finitas quesiempre andaba fabricando unos aparatos que
3) nunca servían para nada.
—Está bien!— suspiró finalmente mi madre — .Pero vas a tener que hablar con él, explicarletodo... que trate de ser responsable aunque seauna vez en su vida.Mi padre contestó algo, pero no pude escucharcon claridad.Bueno, todo resuelto: me quedaría quince días enesa vieja casa cerca de la playa. Decían que elabuelo la había construido con sus propiasmanos; que había levantado las paredes debloquesy tablas y que había hecho los pisos demadera, uniéndolos clavo por clavo, pero eso meparecía una exageración. ¿Quién podía tenertanta paciencia? ¡Eran millones de clavos!Sentí hormigas en el estómago y, como megustaba mucho pensar en todas las cosas, traté desaber porqué. ¿Estaba nervioso por tener quevivir con alguien a quien mi madre considerabaun mal ejemplo? ¿O era que nunca había estadotantotiempo lejos de mi casa?Supe que aquella sensación me venía por las dosrazones al mismo tiempo y también por otras.Algo, una especie de alegría nerviosa hacía quemi corazón latiera con más fuerza.La casa vieja, el abuelo que fumaba muchísimo,los aparatos, la música, la playa cercana... eranmuchas cosas juntas que me venían a la cabezaigual que en una película.Pensé que el asunto podía serdivertido, una
6) especie de aventura, y casi casi tuve ganas de quellegara ya mismo el esperado día del viaje.Sonreí. Acababa de recordar que en la casa habíaun cuarto maravilloso, que era como una torrechica, donde podría jugar a los viajeros delespacio o sentarme a dibujar frente a las ventanasde madera que daban a la playa.Esa noche durante la cena, mientras mis padreshablaban muy contentos de loslugares quevisitarían en su viaje, seguí pensando en lascosas que necesitaba llevarme a la casa delabuelo:los lápices de dibujo, la pelota de fútbol..,Pero nunca imaginé que, en realidad, estaba apunto de comenzar una aventura increíble.
II. La casa de la playa
El auto rojo de papá frenó y patinó sobre la arenaque el viento acumulada en la calle.Miré por la ventanilla. Allí estaba la casa y...
Regístrate para leer el documento completo.