utopia
Nada diré aquí en su alabanza. Y no porque tema que nuestra amistad pueda parecer se torna en lisonja. Creo quesusaber y virtud están por encima de mis elogios.
Por otra parte, su reputación es tan brillante que lanzar al viento sus méritos, sería como querer, según el refrán, «alumbrar al sol con uncandil».Según lo convenido, nos reunimos en Brujas con los delegados del príncipe Carlos. Todos ellos eran hombres eminentes. El mismo prefecto de Brujas, varón magnífico, era jefe y cabeza de estacomisión,si bien Jorge de Themsecke, preboste de Cassel, era su portavoz y animador. Este hombre cuya elocuencia se debía menos al arte que a la naturaleza, pasaba por uno de los jurisconsultos más expertosenasuntos de Estado. Su capacidad personal, unida a un largo ejercicio en los negocios públicos, hacían de él un hábil diplomáticos.
Tuvimos varias reuniones, sin haber llegado a ningún acuerdoenvarios puntos. En vista de ello, nuestros interlocutores se despidieron de nosotros, por unos días, dirigiéndose a Bruselas con el fin de conocer el punto de vista del príncipe.
Ya que las cosashabíancorrido así, creí que lo mejor era irme a Amberes. Estando allí, recibí innumerables visitas.
Ninguna, sin embargo, me fue tan grata como la de Pedro Gilles, natural de Amberes. Todo uncaballero,honrado por los suyos con toda justicia. Difícilmente podríamos encontrar un joven tan erudito y tan honesto. A sus más altas cualidades morales y a su vasta cultura literaria unía un carácter...
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