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Lo más difícil fue disponerme a adoptar una de las vías de oración. Porque habiéndome informado de varias no podía decidirme por ninguna. Es que la mente, actuando como enemigo, se interponía con objeciones de distinto tipo, a poco que principiaba yo por uno de los caminos.
Cuando conociendo al eremita y admirado del bienestar que irradiaba, supe que practicaba laoración de Jesús, se acabaron mis dudas respecto del método que me convenía.
Después de una breve pero nutrida explicación acerca de los fundamentos de la oración del corazón, me quedó claro el papel de la mente vagabunda como obstáculo a la percepción de lo sagrado. “La Divina presencia se hace evidente apenas la mente se hace silente”me dijo con una sonrisa pero enfatizando seriamente las palabras.Me condujo a la que sería mi celda durante todo el mes. Igual que todas las demás era pequeña pero limpia y fresca. En el rincón un icono de Jesucristo escrito por él, copiando uno del siglo XIV, reflejaba la luz de un pequeño cirio ya encendido. El aroma a tierra húmeda como recién llovida me resultaba acogedor.
Sus primeras instrucciones fueron: “Lo primero es acostumbrar la mente a la oración,reunirla en torno a un centro estable y permanente, al abrigo de la divagación suscitada por la variedad de estímulos. Por eso, disminuir las actividades en el mundo es de ayuda al ser menor el bombardeo sensorial. Sin embargo, aún en el medio del mundo puede construirse un ámbito interior de adoración perpetua”.
Acomodé mi cuerpo en una posición cómoda, a la que estaba acostumbrado. Él acercódos vasijas de barro cocido. Una estaba llena de piedritas de colores pardos. Las reconocí como provenientes del arroyo, allí donde la cascada horada el lecho y acumula arena en simétrico montículo.
Habiendo dispuesto la vasija llena a mi derecha y la vacía a la izquierda me dijo:
“ Toma una piedrita y déjala con cuidado en el recipiente de tu izquierda. No la arrojes, que no haga ruido, solodeposítala con cuidado en su lugar. A cada piedrita hazle corresponder un ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mi, pecador! Recuerda que pedir misericordia no es solo pedir perdón sino también un acercamiento de la divinidad a tu corazón mísero, a tu condición humana”.
“No te inquietes por el grado de devoción, por la medida de tu fe, por consolaciones ni consideraciones. Tu tarea essencilla: Debes pasar todas las piedritas de un cuenco al otro sin discontinuar tu tarea. Debes hacerlo sin prisa y sin pausa, repitiendo la oración con moderación, con sencillez, no buscando nada mas que asociar la jaculatoria al movimiento de traslado.
Solo queremos ahora que tu mente se bañe en el nombre de Jesucristo, que se aquieten los ruidos de los deseos, que la frase se convierta en unfondo continuo”.
Me acomodó la espalda que se me había encorvado un poco y me dejó solo. Estaba cayendo la tarde. Los pájaros parecían entonar devotas vísperas y el arroyo era un suave rumor al que había que atender para no perder. Me parecieron muchos guijarros. Mi mente quiso ponerse a estimar su número pero sentí que no era ser fiel a la instrucción recibida. Respiré hondo y empecé a recitar:¡Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mi, pecador!…una y otra vez sin detenerme.
Al rato pude notar, que aunque en la vasija vacía empezaban a acumularse los pedruscos, la llena no mostraba signos evidentes de disminución. Empecé a mirar al Cristo a los ojos, antes de tomar una nueva piedra, me sentía mas tranquilo de ese modo.
Cuando la noche se hubo instalado de modo evidente,las aves permanecieron silenciosas. Por el ventanuco entraba una brisa y la llama de la vela se movía despacio a su compás. No había llegado creo, ni a un tercio de mi tarea cuando me atacó el sueño. Era pesado, hostil y persistente.
El ermitaño me lo había advertido: “Cuando no le das pasto a la mente sino que la conduces una y otra vez hacia el mismo punto, se opondrá mediante el sueño. No...
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