Vacaciones de amor
de medio pelo. Todo el mundo se lo dice y, tras su último fiasco, jura que le dará vacaciones al
amor. No piensa volver a enamorarse en un tiempo. Hasta que aparece Jorge…
Jorge, su nuevo jefe, es un hombre sereno, aunque de fuerte personalidad. Un hombre hecho a
sí mismo, que cree en el amorverdadero y quien, a pesar de no ser su tipo, empieza a
atraerla más de lo conveniente.
Pero no resulta fácil una historia de amor entre jefe y empleada, y más cuando ella no está
dispuesta a darle una oportunidad al amor…
Isabel Keats
Vacaciones al amor
ePUB v1.0
theonika 13.09.13
Título original: Vacaciones al amor
Isabel Keats, 2013.
Editor original: theonika (v1.0)
ePub base v2.1Para mi hermana Macarena,
a quien esta novela debe su título.
“Lo que es bueno no dura para siempre…
dura lo suficiente para hacerlo inolvidable”.
Capítulo 1
Por mucho que corras, tu pasado siempre te alcanza
(seguro que lo dijo algún filósofo oriental)
—Pase, el señor Anglada la recibirá enseguida —anunció la desdeñosa secretaria, al tiempo que
abría la puerta de un amplio despachode paredes de cristal.
El contraste entre el antiguo edificio señorial, con sus grandes ventanales, y la decoración
vanguardista del interior llamaba la atención. Detrás de la mesa interminable un hombre de pelo castaño
claro, sentado de espaldas, hablaba por el móvil. Cuando terminó la conversación giró el sillón de cuero
hacia mí y pude verle la cara. Le reconocí de inmediato. Su rostropermaneció inexpresivo; sin embargo,
sus ojos turquesa, que brillaban con regocijo al devolverme la mirada, le delataron. Era evidente que él
también se acordaba de mí, y esos ojos burlones me obligaron a retroceder en el tiempo hasta la semana
anterior…
Como marcaba la tradición, las antiguas alumnas de las Esperanzadas en la Fe —una especie de
núcleo duro de las Ursulinas—, promoción de… (heolvidado la fecha), celebrábamos nuestro aquelarre
anual navideño. Una cena en la que el vino fluía como el petróleo en el golfo de México y donde las
colillas parecían castellers intentando fugarse del cenicero, a pesar de los ingentes esfuerzos de los
camareros que no daban abasto vaciándolos; mientras nosotras, inseparables desde el colegio, poníamos
a caldo a los maridos que quedaban o alos ex que aumentaban de año en año.
Yo seguía soltera y, tras cortar con mi último novio —la lista de nombres comenzaba a ser difícil de
recordar—, sin compromiso. Mis amigas me acusaban de inmadura, de tener una puntuación de once —en
una escala del uno al diez—, del síndrome de Peter Pan. Quizá fuera cierto, pero, como yo les decía a
menudo, su ejemplo no invitaba a tirarse de cabeza alabismo del matrimonio y al averno de los hijos,
precisamente.
La verdad es que no estábamos sacando conclusiones provechosas sobre aquel tema recurrente. Las
casadas hacían proselitismo de la familia y los niños, a pesar de echar pestes de ellos, y las separadas
exaltaban la libertad de volver a bailar la danza del apareo una vez cumplido el ciclo natural de la
reproducción y cuidado de lascrías; pese a quejarse amargamente de que, a esas alturas, no quedaba ni
un solo tío al que se le pudiera aplicar el calificativo de normal. En realidad, dudo mucho que ninguna de
ellas estuviera capacitada para extender a nadie el certificado ISO de «normalidad».
Cualquier fulano que viera su actitud de perras en celo, siempre a la caza y captura, no entendería que
alguna de ellas hubiera pasadomás de cinco años en el delicioso estado marital; es más, incluso podría
llegar a pensar que esos años transcurrieron entre los muros inexpugnables de un convento de clausura, en
el que el único polvo que entró jamás fue el que se acumulaba en los reclinatorios.
Yo hacía loas de la vida sin ataduras de ninguna clase. Por un lado, no tenía que aguantar por
obligación los ronquidos de un tipo...
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