Vapor Lea Tobery

Lea Tobery se crio y vive en
Albuquerque (USA). Acaba de dejar
atrás su «etapa veinteañera», como le
gusta decir a ella. Se graduó en Salud y
Servicios Sociales en la New Mexico
State University. Es una apasionada de
la lectura de novelas de amor clásicas.
Le entusiasma leer en su sofá preferido
acompañada por sus dos gatos y pasar
las horas muertas curioseando por las
librerías.

Tras suexitosa Resurrección, Vapor es
su segunda novela de ámbito
internacional.

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UNO
Desde el accidente, su presente y su
futuro
estaban
estrechamente
vinculados a un secreto.
Ella y su secreto eran uno. Eran
inseparables.
Había pasado ya un largo año. YHelena estaba harta. Por mucho que
lo intentaba, no podía encontrar una
luz que la guiase entre las
penumbras que teñían su vida.
En la puerta de aquel

restaurante, no pudo reprimir las
lágrimas. Nathan le dijo adiós y se
marchó. Ella se había quedado
clavada en la silla y tardó en
reaccionar unos segundos.
—Espera —musitó mientras se
levantaba como impulsada por un
resorte.
Fue corriendo hasta lasalida del
local. Sus lágrimas eran de
impotencia y de rabia contenida.
Nathan se alejaba calle arriba sin
volverse. Ella se quedó mirándolo,
como si quisiese que tropezase para

correr en su ayuda, para sentirlo
cerca, para decirle que lo que más
ansiaba en aquel momento era gritar
que lo amaba. Finalmente, Nathan
dobló la esquina y desapareció.
Entonces Helena se secó las
mejillas con el dorsode la mano.
—¡Basta! —se recriminó entre
dientes—. Soy una ingenua.
Había hecho acopio de todo el
coraje posible y por fin, temerosa
pero decidida, había confesado su
secreto a Nathan. Con anterioridad
solo lo había compartido con tres

personas: el doctor Sacks, el
psiquiatra que la puso a tratamiento;
su tía Caroline, que se instaló a
vivir con ella tras el accidente; y
Hanna, su amiga desde lainfancia y
ahora compañera de piso en el
primer año de universidad.
Ahora se lo había desvelado a
Nathan y, como respuesta, él la
dejaba plantada. Aunque había
intuido —y raras veces le fallaba la
intuición— que su confesión
provocaría aquel desenlace, lo hizo
pensando que precisamente Nathan

podría ayudarla.
—¡Mierda! —exclamó.
Una pareja mayor que salía del
restaurante, tanto ella como él, lededicaron
una
mirada
recriminatoria.
—¡Esta juventud! —dijo la
mujer.
—Lo que nos espera —asintió
el hombre.
Helena
ignoró
aquellos
comentarios y tomó el camino que
había seguido Nathan. En la esquina
la recibió una ligera brisa. Escrutó

en la lejanía, pero ni rastro de él.
La esperanza de que Nathan hubiese
dado marcha atrás, y regresara para
consolarla y estrecharla entre sus
brazos seesfumó.
Entonces, alzó la vista y se fijó
en unas nubes negras, unos cúmulos
que amenazaban tormenta y que se
estaban aproximando. Se puso a
caminar cabizbaja y, al pasar por
una plaza, vio a una niña que hacía
volar una cometa con forma de
mariposa. Sin pensárselo dos veces
se sentó en un banco. El viento

alborotaba sus cabellos rojizos, del
mismo color que los de su madre y
también lacios como los deella, y
el largo flequillo se le vino a la
cara. Se lo echó hacia atrás
mecánicamente, sin dejar de
observar las piruetas de aquella
mariposa artificial.
La niña era inexperta y acabó
haciéndose un lío con los hilos.
Perdió el control y la cometa cayó
con suavidad al suelo a escasa
distancia de Helena, que se levantó
del banco en el que estaba sentada

para recogerla.
La pequeña acudiócorriendo.
—Es mía —dijo a la vez que
estiraba los brazos con las manos
abiertas.
—Lo sé —Helena forzó una
sonrisa y le salió una mueca extraña
que hizo reír a la niña—. Toma. Me
gusta verla volar. Además, es
preciosa —acarició las alas de
papel de aquella mariposa—. Es
tan bonita como tú.
La pequeña cogió el juguete con
sus manitas.

—Gracias —se despidió.
Al poco tiempo, la cometa
estaba de nuevo en...