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Páginas: 5 (1061 palabras) Publicado: 26 de noviembre de 2013
Leyenda en la época del virreinato
La Leyenda de Los polvos del virrey
Allá en el siglo XVII, como ahora, muchos no podían salir de perico-perros.
En la Secretaria de Cámara del Virreinato de Nueva España, había un oficial escribiente, de aquellos que se momifican en su empleo y que a su muerte no sirven ni de pasto a los gusanos.
El sueldo apenas le era suficiente para vivir en una casa devecindad, mantener a una esposa, obesa por hidrópica, y a una docena de escuálidos nenes, seis del sexo bello y los otros del masculino; pero todos extenuados por los ayunos.
Sentado en un gigantesco banco de tres pies, inclinado sobre la papelera despintada de la oficina, garabateando pliego tras pliego de minutas, nuestro hombre, a quien llamaremos D. Bonifacio Tirado de la Calle, pasaba lasmañanas, las tardes, y aun los días enteros, de mal humor, aburrido, esperando con ansia la hora de comer y en especial la noche en la que, con su cara mitad, se consagraba al cultivo de jardines en el aire, tarea tan improductiva como inocente.
No había sorteo de la Real Lotería en que no jugara con afán, ¡y con qué ahincó desdoblaba el billete para ver si su número aparecía en la lista, que contoda puntualidad publicaba la Gaceta de D. Manuel Valdés!
Pero nada, la suerte siempre le era esquiva, y por centenar más y por unidad menos, el premio gordo caía en números de otros más afortunados que el buen D. Bonifacio.
Desesperado de esta situación, resmas de memoriales había escrito pidiendo un ascenso en las vacantes, y calvo se había quedado de arrancarse los cabellos en sus horascotidianas de tribulación.
Cierto día en que el destino parece que se empeñaba en notificarle más, pues su mujer, su único consuelo, y sus hijos, sus futuras esperanzas, se habían disgustado con él porque no los había llevado a la feria de San Agustín de las Cuevas, D. Bonifacio, al entrar en la oficina, gruñó sólo un saludo a sus colegas, se sentó en el tripeé, se reclinó sobre el apolilladoescritorio, la cabeza entre las manos y la mirada fija en las vigas del cedro secular, que sostenía la techumbre de la sala del Real Palacio en que se hallaba.
De repente el banco de tres pies rechinó por un movimiento brusco de D. Bonifacio, los ojos del buen calvo brillaron iluminados por la musa que inspira las risueñas esperanzas; tomo la de ave, y en papel sellado para el Bienio corriente, deslizóla pluma por espacio de veinte minutos, hasta que el ruido especial que produce ésta cuando se firma, indicó que había terminado. En efecto, puso rúbrica, echó arenilla, escribió la dirección, y después de tomar su sombrero, su bastón y de dirigir un amabilísimo "¡buenas tardes, señores!" risueño y como unas pascuas encaminó sus pasos hacia la sala en que se encontraba el Secretario de SuExcelencia.
¿Qué había escrito? Un nuevo memorial al Excelentísimo Señor Virrey, Capitán General y Presidente de la Real Audiencia de Nueva España.
Y una tarde, D. Bonifacio Tirado de la Calle encontrábase en la esquina del Portal de Mercaderes y Plateros, precisamente frente al lugar donde se colocaba desde aquellos remotos tiempos, el cartel del Coliseo. Se conocía que esperaba algo con ansiedad, puessu vista no se desviaba un ápice del Real Palacio.
Transcurrieron breves instantes. Los pífanos de la guardia de alabarderos anunciaron que el Excelentísimo Señor Virrey salía a pasear. Nuestro D. Bonifacio se estremeció. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo; sintió como un hueco en el estómago y su corazón latía como si dentro le repicaran; pero espero con ansia aunque resignado.
Ya seacercaba el Virrey seguido de lujoso acompañamiento. D. Bonifacio sentíase aturdido. Como relámpagos cruzaron por su mente los desengaños de otros días, y una próxima esperanza le hacía ver color de rosa el lejano horizonte en que se destacaban el Real Palacio y la comitiva que ya iba a desfilar delante de su persona.
El Virrey, montado en magnífico caballo prieto, al llegar a la esquina del Portal,...
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