varios
consistentes en los escritos de juventud, de la etapa anterior a su exilio (En las cimasde la
desesperación, 1933 y El libro de las quimeras, 1936), así como en La caída en el tiempo,
de mediados del ciclo francés (1964). La sucesión de presentes efímerosmarca, de acuerdo
con estas fuentes, el dominio del avance atribulado hacia la muerte, de la historia del
hombre, cuyas pasajeras interiorizaciones propician eladvenimiento memorial de la
Eternidad “verdadera”, originaria.1 La existencia es movimiento, transformación, evolución;
pero también puede desgastarse inconteniblemente en un juegode apariencias engañosas.2
De su grado de intensidad depende la afirmación de la temporalidad. Cuanto más intensa
resulta ella y más clara nuestra percepción deopciones, tanto más se ‘sustancializa’ el
tiempo. Y al revés, cuando las opciones se suprimen, cuando la vida se estanca y “nos
vemos sin apoyo”,3 nos sentimos tambiéndesprovistos de él. A esto le llama Cioran “caerse
del tiempo”; encontrarse en una dimensión diametralmente opuesta a la Eternidad,
visualizada como un “encima”. Es la “eternidadnegativa”; la “eternidad mala” o “de abajo”.
Pero la palabra “eternidad” supone aquí sólo un uso de inducción contextual, de simetría
estructural expositiva. Cioran serefiere en realidad al mismo plano de la historia,
considerado en una perspectiva parcial, ‘estática’, desde su faceta de “zona estéril” que no
germina objetivos y medios deacción para un sujeto “desfigurado”,4 y en la cual sólo se
experimenta el deseo de recuperar la base perdida, de rescatar una posición en la morada
de lo posible.5
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