Varios

Páginas: 6 (1425 palabras) Publicado: 20 de noviembre de 2012
Tal vez porque de niño me faltó todo, y en la casa de vecindad donde viví no había siquiera un trozo de madera con qué fabricar un juguete, fue por lo que adquirí la costumbre de aferrarme a los pocos objetos que durante esos años caían por casualidad en mis manos. El osito de cristal morado que encontré una vez en una calle alegre y al que le faltaba la cabeza, ha vuelto a mi memoria muchasveces en estos días. El osito era parte de mi vida y cuando mi padre lo pisó, recuerdo perfectamente ese momento pues todavía al pensar en el osito morado siento apretárseme la garganta, esperé por muchas veces a que llegara borracho y cuando eso ocurrió lo empujé con toda mi venganza desde lo alto de la escalera. Las personas no me impresionan tanto como los objetos y aunque he intentado muchas vecesquerer de veras a una mujer no lo he conseguido. En cambio las cosas me atraen, me seducen, con sus líneas iguales y esa sensación de seguridad, de inmutabilidad que emana de ellas. Yo soy un hombre normal y comprendo que esta costumbre mía de enamorarme de las cosas es malsana. Y he luchado para dominarme. Pero las cosas son más fuertes que las personas, no se dispersan como las personas y en suunidad son más fuertes que nosotros.

Recuerdo perfectamente cómo empezó lo del piano blanco y cómo traté de no verlo más, de apartarme de él. Pero todo conspiró contra mí. Fue como si el piano blanco hubiera buscado todos los medios para seducirme; exactamente como lo hubiera hecho una mujerzuela. Yo siempre deseé un piano blanco. Desde cuando aprendí a tocar. Durante las larguísimas horas depráctica cuando las yemas de los dedos se me adormecían y la música igual, igual, igual, de tanto repetirla se me desvanecía en los oídos y quedaba yo solo, con el piano, las teclas empujaban suavemente mis dedos adoloridos compadeciéndose de su martirio. Desde entonces se formó en mí ese desmedido amor por los pianos. Hasta el punto de que los demás objetos, los que antes me llamaban la atención,dejaron poco a poco de impresionarme y sólo los pianos, con sus líneas esbeltas y puras y la suavidad infinita de sus teclados ocuparon mi vida. Deseaba ardientemente poseer un piano, pero al mismo tiempo tenía un miedo terrible de enamorarme demasiado del que yo escogiera, de compenetrarme tanto con él hasta que llegara un momento en que me fuera imposible tocar en otro. Tenía miedo de que miamor por los pianos se materializara en un piano, en un único piano. Muchas veces me ha sucedido que durante un concierto llego a amar con tal fuerza al piano en el que estoy tocando que tienen que separarme a la fuerza de él, bajan el telón y me sacan casi a rastras del escenario mientras el público, que nada comprende, y que ha visto complacido prolongarse el concierto por tres o cuatro horas,protesta. Yo nunca miro el piano antes del concierto, ni siquiera voy al teatro, y así cuando entro al escenario y lo veo en el centro, solo con su ala de cuervo lanzada al aire, con sus patas delgadas y correctas y el interminable camino al teclado, no puedo reprimir el formidable deseo de correr hacia él y acariciarlo con mis dedos. Y es que mientras  me he estado vistiendo en el camerino,alargando lo más posible el encuentro, lo he imaginado de mil maneras, lo he forjado en mi mente, lo he presentido tal y exactamente como lo veo después. Antes, antes de ahora, se daba el caso de que mis conciertos en un mismo teatro se prolongaran por meses. Esto sucedía cuando descubría en el piano de ese teatro un detalle mínimo, y se establecía y yo ese amor que nace de compartir un secreto. Pero estoera antes de ahora, pues ella, que lo descubrió, que descubrió lo que nadie había descubierto y que lo atribuía a genialidades de mi talento de artista, dispuso que yo no diera más de un concierto en el mismo teatro y con el mismo piano. Y sin embargo, a ella la conocí por el piano blanco. Y si no hubiera sido por él nunca me hubiera mudado a su casa. No debí hacerlo. Ahora me arrepiento. ¡Pero...
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