Varios

Páginas: 5 (1222 palabras) Publicado: 8 de marzo de 2013
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Confesión De Ultratumba
Por las noches, cuando la ciudad duerme custodiada por la luna y nada turba su trasparente calma, es mucho más bella aún la quietud de las calles de su romántica Plaza Mayor de la Ciudad Capital. En cierta ocasión a altas horas de la noche llamaron fuertemente con el antiguo y pesado aldabón de hierro, la puerta de la Notaría del Templo deSanto Domingo, donde se alojaba el Padre Martín Esqueda. No causó extrañeza del buen sacerdote que lo fueran a despertar a tales horas, pues estaba acostumbrado a ello, ya que con frecuencia así acontecía, para llevarlo a administrar lo sacramentos a los enfermos graves y como siguieron tocando cada vez con mayor fuerza, se levantó del lecho, se vistió y asomó a la ventana preguntando: – Quién llama?Una mujer de la clase humilde, vestida de negro y cubierta la cabeza con rebozo, contestó: – Yo, padrecito, que vengo a rogarle nos haga la caridad de ir casa, a auxiliar a un enfermo muy grave que tenemos. Por toda contestación el sacerdote salió enseguida con su petaca de mano, tras la mujer que le servía de guía. Atravesaron oscuras y apartadas callejas que desembocan en la antigua Plaza deToros y al llegar a ésta, la mujer se detuvo y abrió la puerta de una mísera habitación, a la que pasó el padre. El cuarto estaba desmantelado, a la débil luz de una vela de sebo que estaba a la tabla de un viejo y desvencijado cajón de madera, distinguió el sacerdote al enfermo, el cual yacía sobre un sucio petate en el suelo, junto a la pared, en el rincón de la estancia. Cercano al pacienteestaba colocado un rústico y tosco banco de madera de tres patas y esto constituía todo el mobiliario de la pieza.
El padre se sentó en el banco y quedose mirando al enfermo, el cual era un hombre entre los cincuenta y los sesenta años, alto, con el cuerpo enflaquecido, rostro enjuto, demacrado y de amarillento color cadavérico, ojos verdes sin expresión que fijaba con insistencia en las vigas deltecho, su anhelante y fatigosa respiración, preludio del estertor de la agonía, se interrumpía a intervalos de una tos seca y cansada, un sudor frío le humedecía la frente y febril temblor sacudía su cuerpo. El padre le tomó una mano y la encontró yerta, con el frío de la muerte, por lo cual comprendiendo su gravedad y viendo que no había un momento que perder, le dijo: – Hijo mío, te sientes muymal? – Sí padrecito. Contestó el enfermo con desfallecida voz Y quiero confesarme Al oír esto, la mujer que había estado contemplando la escena, salió a la calle. El sacerdote abrió su petaca, sacó la estola, se la colocó sobre los hombros volvió a decir al enfermo: – Bien hijo mío, di tus pecados.
El paciente, no obstante su gravedad tenía completa lucidez e hizo una larga confesión de sus culpasque terminó entre sollozos, signo inequívoco de su gran contrición. El sacerdote al terminar éste relato de sus pecados, lo confortó con sus consejos y le dio la absolución. Luego volvió a abrir la petaca, sacó lo necesario y le administró la extremaunción. Al cabo de ponerle los Santos Óleos, se quitó el padre la estola y la colocó sobre una estaca de madera que estaba clavada en la pared, cerrósu petaca, se despidió tiernamente del enfermo y de su mujer, y se fue a su casa.
Al día siguiente como no encontraba la estola en su petaca, recordó que la había dejado olvidada en la estaca en la casa del enfermo y preguntó al sacristán: – Dime, żno han traído la estola de la casa del enfermo que fui a confesar anoche? – No padre, no han traído nada. – Vaya, que raro está eso. Al punto mandó almonaguillo por ellas y tras largo rato de espera regresó éste manifestando que había tocado largo rato la puerta de la casa y que nadie le abrió, por lo que creía que estaba deshabitada. Impaciente el padre mandó con apremio al sacristán, el cual dilató en volver el doble tiempo que el acólito y a su regreso dijo al sacerdote lo mismo que aquél, había estado tocando fortísimamente hasta con una...
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