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Julio Verne http://www.jverne.net Viaje al centro de la Tierra
Biblioteca virtual Julio Verne
Viaje al centro de la Tierra
© Editado por Cristian Tello
Cortesía de http://www.jverne.net
Género: Novela
Año de publicación: 1864
Sinopsis:
Un antiguo libro titulado Heimskringla, escrito en lenguaje rúnico por Snorre Turleson, llega a manos del profesor alemán Otto Lidenbrock. En su interior descubre un manuscrito
oculto, perteneciente a Arne Saknussemm, famoso alquimista del siglo XVI. El manuscrito
posteriormente traducido, revela las claves de la situación exacta de la entrada al centro de
la Tierra. Es entonces que el profesor emprende una excursión en busca de la verdad, en
compañía de su sobrino Axel y de su guía Hans; para ello, descenderán por el cráter de un volcán extinguido en Islandia, dando inicio a una maravillosa aventura.
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Capítulo I
El 24 de mayo de 1863, un domingo, mi tío, el profesor Otto Lidenbrock, regresó
precipitadamente a su casa, situada en el número 19 de Königstrasse, una de las calles
más antiguas del barrio viejo de Hamburgo. La buena Marta, debió de creer que iba muy retrasada, pues apenas si empezaba a
cocer la comida en el hornillo.
"Bueno me dije, si mi tío, que es el más impaciente de todos los hombres, viene con
hambre, va a armar la de San Quintín."
¡Tan temprano y ya está aquí el señor Lidenbrock! exclamó la pobre Marta, llena de
estupefacción, entreabriendo la puerta del comedor. Sí, Marta; pero tú no tienes la culpa de que la comida no esté lista todavía, porque
aún no son las dos. Apenas acaba de sonar la media en Saint Michel.
¿Y por qué ha venido tan temprano el señor Lidenbrock?
Él nos lo explicará, seguramente.
¡Ahí viene! Yo me escapo, señor Axel. Usted le hará entrar en razón.
Y la buena Marta se marchó presurosa a su laboratorio culinario. Me quedé solo. Pero, como mi carácter tímido no es el más a propósito para hacer
entrar en razón al más irascible de los profesores, me disponía a retirarme prudentemente
a la pequeña habitación del piso alto que me servía de dormitorio, cuando giró sobre sus
goznes la puerta de la calle, crujió la escalera de madera debajo del peso de sus pies
fenomenales, y el dueño de casa atravesó el comedor, entrando presuroso en su despacho, colocando, al pasar, el pesado bastón en un rincón, arrojando el mal cepillado sombrero
encima de la mesa, y diciéndome con tono imperioso:
¡Axel, sígueme!
Aún no había tenido tiempo de moverme cuando el profesor ya me gritaba con un vivo
acento de impaciencia.
¡Y bien!, ¿Aún no estás aquí?
Y me precipité en el despacho de mi irascible maestro. Otto Lidenbrock no era un mal hombre, lo concedo de buen grado; pero, como no
cambie mucho, lo cual creo improbable, morirá siendo el más original e impaciente de los
hombres.
Era profesor en el Johannaeum, y daba cátedra en mineralogía, enfureciéndose, por
regla general, una o dos veces en cada clase. Y no porque le preocupase el deseo de tener
discípulos aplicados, ni el grado de atención que éstos prestasen a sus explicaciones, ni el éxito que como consecuencia de ella, pudiesen obtener en sus estudios; tales detalles le
tenían sin cuidado. Enseñaba subjetivamente, según una expresión de la filosofía alemana;
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enseñaba para él, y no para los demás. Era un sabio egoísta; un pozo de ciencia cuya
polea rechinaba cuando de él se quería sacar algo. Era, en una palabra, un avaro. En Alemania hay algunos profesores de este género.
Mi tío no gozaba, por desgracia, de una gran facilidad de palabra, por lo menos cuando
se expresaba en público, lo cual, para un orador, constituye un defecto lamentable. En sus
explicaciones en el Johannaeum, se detenía a lo mejor luchando contra un recalcitrante ...
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