vivir para contarla
``No lo dude, coronel. Lo que querían hacer con usted eraecharlo al agua''.
Mi abuelo sonrió sin dejar de afeitarse, y con una altivez muy suya, replicó:
``Más les valió no atreverse''.
Sólo entonces entendí el escándalo de la noche anterior y me sentí muy impresionado con la idea de que alguien hubiera echado al abuelo en la Ciénaga. Tanto, que ahora lo evoco con todos sus detalles visuales, y lo veo levantado en hombros de la muchedumbre, manteadocomo Sancho Panza por los arrieros, y tirado por la borda. Pero en su momento se me borró por completo de la memoria, hasta veinte años después, cuando me volvió de golpe y sin ningún motivo, exacto y nítido, mientras almorzaba con mi tío Esteban Carrillo en un ardiente fonda de Riohacha, por la época en que me fui a vender enciclopedias y tratados de medicina por los pueblos de la Guajira. Paraentonces el abuelo había muerto, y le conté el recuerdo al tío Esteban porque me pareció divertido. Pero él se levantó de un salto, furioso porque no se lo hubiera contado a nadie tan pronto como ocurrió, y también ansioso de que lograra identificar al hombre en la memoria, para que éste le dijera quiénes eran los que habían tratado de ahogar a su padre. Tampoco entendía que éste no se hubieradefendido, si era un buen tirador que casi siempre andaba armado, que dormía con el revólver debajo de la almohada, que durante dos guerrad civiles, había estado muchas veces en la línea de fuego, y que ya en tiempos de paz había matado a un agresor en defensa propia. En todo caso, me dijo Estéban, nunca sería tarde para que él y sus numerosos hermanos castigaran la agresión. Era la ley guajira: elagravio a un miembro de la familia tenían que pagarlo todos los varones de la familia del agresor. Tan decidido estaba mi tío Esteban, que sacó el revólver de debajo de la almohada y lo puso en la mesa para no perder tiempo mientras acababa de interrogarme. Desde entonces, cada vez que nos encontrábamos en nuestras errancias por la costa caribe, le renacía la esperanza de que me hubiera acordado.Una noche se presentó en mi cubículo del periódico, por la época en que yo andaba escudriñando el pasado de la familia para una primera novela que nunca terminé, y me propuso que hiciéramos juntos una investigación del atentado. Nunca se rindió. La última vez que lo vi en Cartagena de Indias, ya viejo y con el corazón agrietado, se despidió de mí con una sonrisa triste:
``No sé cómo has podidoser escritor con una memoria tan mala''.
Pues bien: el recuerdo de ese episodio nunca esclarecido me sorprendió aquella madrugada en que iba con mi madre a vender la casa, mientras contemplaba las nieves de la sierra que amanecían azules con los primeros soles. De allí en adelante, hasta el día de hoy, quedé a merced de la nostalgia.
El retraso en los caños nos permitió ver a pleno día la...
Regístrate para leer el documento completo.