Vizconde de Mediado
Italo Calvino
Traducción del italiano Esther Benítez
Edición al cuidado de María J. Calvo Montoro
Biblioteca Calvino
I
Había una guerra contra los turcos. El vizconde Medardo
de Terralba, mi tío, cabalgaba por la llanura de Bohemia hacia
el campamento de los cristianos. Lo seguía un escudero llama
do Curzio.
Las cigüeñas volaban bajo, en blancasbandadas, cruzando
el aire opaco y quieto.
–¿Por qué tantas cigüeñas? –preguntó Medardo a Curzio–,
¿adónde vuelan?
Mi tío era un novato, al haberse alistado hacía muy poco,
por complacer a ciertos duques vecinos nuestros comprometi
dos en aquella guerra. Se había provisto de un caballo y un
escudero en el último castillo en manos cristianas, e iba a
presentarse al cuartel imperial.
–Vuelan alos campos de batalla –dijo el escudero, tétrico–.
Nos acompañarán durante todo el camino.
Al vizconde Medardo le habían dicho que en aquellas tierras
el vuelo de las cigüeñas es señal de buena suerte; y quería mos
trarse contento al verlas. Pero, a pesar suyo, se sentía inquieto.
–¿Qué es lo que puede atraer a las zancudas a los campos
de batalla, Curzio? –preguntó.
–Ahora ya también ellascomen carne humana –respondió el
escudero–, desde que la carestía ha marchitado los campos y la
sequía ha secado los ríos. Donde hay cadáveres, las cigüeñas y los
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flamencos y las grullas han sustituido a los cuervos y a los buitres.
Mi tío estaba aún en la primera juventud; la edad en que los
sentimientos se mezclan todos en un confuso impulso, sin dis
tinguir aún entre mal y bien;la edad en que toda nueva expe
riencia, por macabra e inhumana que sea, se muestra trémula
y cálida de amor por la vida.
–¿Y los cuervos? ¿Y los buitres? –preguntó–. ¿Y las otras aves
rapaces? ¿Adónde han ido? –estaba pálido, pero sus ojos brilla
ban.
El escudero era un soldado negruzco, bigotudo, que nunca
levantaba la mirada. –A fuerza de comerse a los muertos de
peste, la peste lesha matado también a ellos –e indicó con la
lanza unos negros matojos que, mirados con atención, no mos
traban ramas, sino plumas y patas resecas de rapaz.
–Ya no se sabe quién ha muerto antes, si el pájaro o el hom
bre, y quién se ha lanzado sobre el otro para destrozarlo –dijo
Curzio.
Para huir de la peste que exterminaba las poblaciones, fa
milias enteras se habían ido al campo, y laagonía les había
llegado allí. En marañas de despojos, diseminados por la yer
ma llanura, se veían cuerpos de hombre y de mujer, desnudos,
desfigurados por los bubones y, cosa inexplicable al principio,
emplumados: como si en sus macilentos brazos y costillas hu
bieran crecido negras plumas y alas. Eran los cadáveres de
buitres mezclados con sus restos.
Ya el terreno estaba sembrado designos de pasadas batallas.
La marcha se había hecho más lenta porque los dos caballos se
plantaban, dando arrancadas y encabritándose.
–¿Qué les pasa a nuestros caballos? –preguntó Medardo al
escudero.
–Señor –respondió él–, nada disgusta tanto a los caballos
como el olor de sus propias vísceras.
La franja de llanura que estaban atravesando se encontraba
cubierta de cadáveres equinos, algunossupinos, con los cascos
al cielo, otros pronos, con el hocico hundido en la tierra.
–¿Por qué tantos caballos caídos en este lugar, Curzio? –pre
guntó Medardo.
–Cuando el caballo nota que está desventrado –explicó Cur
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zio– intenta retener sus vísceras. Algunos colocan la panza en
el suelo, otros se tumban sobre el dorso para que no les cuel
guen. Pero la muerte no tarda enllegarles por igual.
–¿De modo que los que mueren en esta guerra son sobre
todo los caballos?
–Las cimitarras turcas parecen estar hechas aposta para hen
dir de un tajo sus vientres. Más adelante verá los cuerpos de los
hombres. Primero les toca a los caballos y luego a los jinetes.
Pero el campamento ya está ahí.
En los límites del horizonte se alzaban los pináculos de las
tiendas más altas,...
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