VOLVIENDO DEL FRIO

VOLVIENDO DEL FRIO
Alberto Rojas
A la doctora Bárbara Fuenzalida le transpiraban las manos. Miró por sexta vez su reloj y sólo
había transcurrido un minuto desde la última vez que lo consultara. Eran las 16:46. Ya debía
estar por llegar.
Al otro extremo de la amplia sala de reuniones, sentado en una de las cabeceras de la oscura y
elegante mesa del consejo, el doctor Manuel Carvajal seguíarevisando una y otra vez, en
completo silencio, los informes.
La doctora Fuenzalida pensó que tal vez verlo así en otra ocasión, con el poco cabello que le
quedaba todo revuelto, el nudo de la corbata fuera de su lugar y el cuello de la camisa abierto,
habría sido hasta gracioso considerando su característica seriedad. Pero no ese día. Así que se
dio la vuelta y trató de poner la mente enblanco mirando por el amplio ventanal que dejaba ver
un cerro Manquehue verde y húmedo, tras dos días de intensa lluvia. Afuera, algunos rayos de
sol atravesaban como lanzas las densas nubes grises, dejando a la vista algunos trazos
intermitentes de cielo azul.
Entonces, la puerta de la sala de reuniones se abrió y un hombre de unos cincuenta años, alto y
delgado, entró caminando a paso rápido.Era el doctor Patricio Correa, el dueño de NeoVita. Y
como siempre, venía escoltado por sus dos inseparables asistentes finlandesas.
– ¿Y bien? ¿Cómo están los durmientes? –dijo en voz alta–. ¿Qué es tan importante como para
obligarme a regresar desde Londres? ¿Acaso ninguno de ustedes podía contactarme a través de
un canal seguro? Para eso compramos dos satélites nuevos el año pasado.
–Eh...señor... buenas tardes. Es que es un tema... delicado –balbuceó Carvajal–. No sé si...
Correa miró por encima de sus lentes a las dos rubias enfundadas en oscuros trajes de marca y
haciendo un leve gesto con la cabeza, les indicó que se retiraran. Ambas obedecieron sin decir
palabra y al salir cerraron las puertas.
Entonces, el doctor Correa deslizó sus dedos sobre un disimulado panel decontrol en la mesa.
Al instante, el enorme ventanal se volvió opaco, haciendo desaparecer el verde cerro, las nubes
y el cielo. Luego, un suave timbre sonó tres veces, indicando que se habían activado las medidas
de protección electrónica.
–Bien, ahora nadie nos puede ver, oír ni grabar. ¿Qué es tan grave para que mis asistentes no
puedan estar presentes?
–Lo que necesitamos decirle es... esque... no sé cómo...

– ¡Vamos, Carvajal! –exclamó Correa–. ¿Un doctorado en bioingeniería y otro en
nanotecnología... y no puede explicarme algo?
–Yo se lo explicaré –dijo la doctora Fuenzalida–. Pero mejor siéntese, esto es crítico.
Correa se dejó caer en uno de los mullidos asientos de cuero negro y tras buscar en el bolsillo
interno de su chaqueta, sacó su clásica pluma Mont Blanc modelo1999. Todos sabían que tenía
el incontrolable hábito de jugar con ella mientras escuchaba a la gente, sobre todo si estaba
molesto.
–Hace un mes...
– ¿Un mes? ¿Acaso en esta compañía hay una crisis y esperaron un mes para decirme?
–Como le decía, hace un mes la familia del cliente 349, en criosueño desde hace 43 años,
solicitó su reanimación para efectos de tratarlo con la nueva terapia parael mal de Alzheimer.
– ¿Qué me quiere decir? ¿Acaso hubo un... primer regreso?
–Sí.
Correa se quitó los lentes de delgada montura y los dejó con extremo cuidado sobre la mesa.
– ¿Y nadie me informó? –preguntó poniéndose de pie, al tiempo que su asiento con ruedas se
estrellaba violentamente contra la pared–. ¿Acaso nadie recuerda los protocolos de un primer
regreso? ¡Un primer regreso, haceun mes, y me vengo a enterar sólo ahora!
–Pensamos que era lo mejor –continuó el doctor Carvajal, arrugando las tapas plásticas de los
informes–. Verá, las cosas no salieron como esperábamos.
–Doctores, no sé qué decir... En verdad, estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano por no
terminar sus contratos de inmediato. ¿Me pueden explicar en qué mundo viven? Les recuerdo
que cuando mi padre...