Weber
Johann Wolfgang Goethe Las afinidades electivas
Primera parte Capítulo 1 Eduardo, así llamaremos a un rico barón en lo mejor de la edad, Eduardo había pasado en su vivero la hora más agradable de una tarde de abril injertando en árboles jóvenes nuevos brotes recién adquiridos. Acababa de terminar su tarea. Había guardado todas las herramientas en sufunda y estaba contemplando su obra con satisfacción cuando entró el jardinero, que se alegró viendo cuán aplicadamente colaboraba su señor. -¿No has visto a mi esposa? -preguntó Eduardo, mientras se disponía a marchar. -Allí, en las nuevas instalaciones -replicó el jardinero-. Hoy tiene que quedar acabada la cabaña de musgo que ha construido en la pared de rocas que cuelga frente al castillo. Haquedado todo muy bonito y estoy seguro de que le gustará al señor. Desde allí se tiene una vista maravillosa: abajo el pueblo, un poco más a la derecha la iglesia, que casi deja seguir teniendo vistas por encima del pináculo de su torre, enfrente el castillo y los jardines. -Es verdad -dijo Eduardo-, a pocos pasos de aquí pude ver trabajando ala gente. -Luego -siguió el jardinero-, se abre el vallea la derecha y se puede ver un bonito horizonte por encima de los prados y las arboledas. La senda que sube por las rocas ha quedado preciosa. La verdad es que la señora entiende mucho de esto, da gusto trabajar a sus órdenes. -Ve a buscarla -dijo Eduardo-, y pídele que me espere. Dile que tengo ganas de conocer su nueva creación y de disfrutar viéndola con ella. El jardinero se alejó presuroso yEduardo lo siguió poco después. Bajó por las terrazas, fue supervisando a su paso los invernaderos y los parterres de flores, hasta que llegó al agua, y tras cruzar una pasarela, alcanzó el lugar en donde el sendero que llevaba a las nuevas instalaciones se bifurcaba en dos. Dejó de lado el que atravesaba el cementerio de la iglesia y llevaba en línea casi recta hacia las paredes de rocas y seadentró por el que subía algo más lejos hacia la izquierda pasando a través de agradables bosquecillos; en el punto en el que ambos se encontraban se sentó durante unos instantes en un banco muy bien situado, a continuación emprendió la
auténtica subida por la senda y fue dejándose conducir hasta la cabaña de musgo por un camino a veces más abrupto y otras más suave que iba avanzando a través deuna larga serie de escalerillas y descansos. Carlota recibió a su esposo en el umbral y le hizo sentarse a propósito de manera tal que pudiera ver de un solo golpe de vista a través de la puerta y la ventana los distintos paisajes que, así enmarcados, parecían cuadros. Él se alegró imaginando que la primavera pronto animaría el conjunto mucho más ricamente. -Sólo tengo una objeción -observó-, lacabaña me parece algo pequeña. -Pero para nosotros dos es más que suficiente -replicó Carlota. -Y para un tercero -dijo Eduardo-, supongo que también hay sitio. -¿Por qué no? -respondió Carlota-, y hasta para un cuarto. Para reuniones más numerosas ya buscaremos otro lugar. -Pues ya que estamos aquí solos y no hay nada que nos moleste dijo Eduardo-, y como además también estamos de buen humor ytranquilos, te tengo que confesar que hace ya algún tiempo que me preocupa algo que debo y deseo decirte, sin haber encontrado hasta ahora el momento adecuado para hacerlo. -Ya te había notado yo algo -indicó Carlota. -Y tengo que admitir -continuó Eduardo- que si no fuera porque el correo sale mañana temprano y nos tenemos que decidir hoy, tal vez hubiera callado mucho más tiempo. -¿Pues quéocurre? -preguntó Carlota animándole amablemente a hablar. -Se trata de nuestro amigo, el capitán -contestó Eduardo-. Tú ya sabes la triste situación en la que se encuentra actualmente sin culpa ninguna, como le ocurre a muchos otros. Tiene que ser muy doloroso para un hombre de su talento, sus muchos conocimientos y habilidades verse apartado de toda actividad..., pero no quiero guardarme más tiempo...
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