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Páginas: 699 (174511 palabras) Publicado: 23 de noviembre de 2012
EL RETORNO DE LOS MATARESE
ROBERT LUDLUM PRÓLOGO En los bosques de Chelyabinsk, a unas novecientas millas aéreas de Moscú, hay una cabaña de caza considerada en otros tiempos un refugio favorito por los gobernantes de elite de la Unión Soviética. Era una dacha disponible en todas las estaciones, en primavera y verano un festival de jardines y flores silvestres al borde de un lago de montaña, enotoño e invierno un paraíso para los cazadores. En los años transcurridos desde el colapso del viejo Presidium, fue mantenida intacta por los nuevos gobernantes, el lugar apolítico de descanso del más venerado científico de Rusia, un físico nuclear llamado Dimitri Yuri Yurievich. Un hombre que había sido asesinado, conducido en forma brutal a una trampa monstruosa por los asesinos que no mostrabanrespeto alguno, sino sólo furia, por su genio, que él deseaba compartir con todas las naciones. Vinieran de donde vinieren los asesinos, y en realidad nadie lo sabía, eran ellos los perversos, por cierto no su víctima, más allá de las implicaciones letales de su erudición. La vieja de cabello blanco y ralo yacía en la cama; la enorme ventana curva que se alzaba frente a ella revelaba la primeranieve septentrional. Al igual que su cabello y su carne arrugada, todo lo que se veía del otro lado del vidrio era blanco, pureza nueva y helada de los ciclos, ramas dobladas bajo su peso, un paraíso de luz enceguecedora. Con esfuerzo, la mujer tendió una mano hacia la campanilla de bronce que había en la mesa dispuesta junto a la cama y la sacudió. En momentos, una mujer voluminosa de unos treintay tantos años, de pelo castaño y ojos vivaces e interrogadores, entró en la habitación. —Sí, abuela, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó. —Ya has hecho más de lo que debieras, mi niña. —Ya no soy una niña, y no existe nada que yo no hiciera por ti, bien lo sabes. ¿Quieres que te traiga un poco de té? —No. Puedes traerme un sacerdote... no importa de qué clase. Durante tanto tiempo no nos lospermitieron... —No necesitas un sacerdote, sino un poco de comida sólida, abuela. —Dios mío, hablas como tu abuelo. Siempre discutiendo, siempre analizando... —No estaba analizando nada —la interrumpió Anastasia Yuriskaya Solatov—. ¡Comes como un gorrión! —Es probable que los gorriones coman por día lo mismo que pesan...

aunque eso no importa. ¿Pero dónde está tu marido? —Afuera, cazando. Dice quese pueden rastrear animales en la nieve fresca. —Lo más posible es que se dispare un tiro en los pies. Además, no necesitamos provisiones. Moscú es generosa —dijo la anciana. —¡Así debe ser! —comentó Anastasia Solatov. —No, querida. Porque tienen miedo de hacer lo contrario. —¿Qué dices, Maria Yuriskaya? —Tráeme al sacerdote, mi niña. Tengo ochenta y cinco años, y alguien debe saber la verdad. ¡Ya!El prelado ortodoxo ruso, un hombre mayor, vestido con una túnica negra, se paró junto a la cama. Conocía los signos; los había visto con demasiada frecuencia. La anciana estaba muriéndose; su respiración se tornaba más corta, más difícil a cada momento. —¿Su confesión, querida señora? —entonó. —¡No la mía, imbécil! —replicó María Yuriskaya—. Era un día no muy diferente de éste... la nieve sobreel suelo, los cazadores listos, sus armas colgándoles de los hombros. Lo mataron en un día como éste, y su cuerpo fue lacerado, desgarrado por un oso herido y enloquecido que unos dementes pusieron en su camino. —Sí, sí, ya hemos oído toda la historia de su trágica pérdida, Maria. —Al principio dijeron que fueron los estadounidenses; después, que fueron los críticos que mi marido tenía en Moscú...incluso sus celosos competidores. Pero no fue ninguno de ellos. —Ocurrió hace tanto tiempo, madame... Cálmese, que el Señor está esperándola. Él la recibirá en su seno y la consolará... —¡Guvno, idiota! Debe saberse la verdad. Más tarde supe... llamadas de todo el mundo, nada escrito, sólo palabras dichas a través del aire... que mis hijos y yo, y los hijos de ellos, jamás vivirían para ver...
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