World of Warcraft
Pero he olvidado presentarme. Al final, acabaré contagiado de la mala educación de nuestros salvajes aliados como si fuera una enfermedad. Mi nombre es Darion Na’Larien, y soy un asesino. No me siento especialmente orgulloso de mi trabajo, pero se me da bien yes altamente lucrativo. No penséis que soy un formidable espadachín o un maestro de las artes arcanas, nada más lejos de la verdad. La mayor virtud de un asesino es la paciencia, saber esperar el momento justo para dar el golpe mortal que traerá satisfacción y paz al corazón del que me contrata y una pesada bolsa de oro a mi cámara acorazada. Ninguna de mis víctimas supo nunca qué lo mató. Dejaronde existir en un segundo, sin dolor, sin sufrimiento. No siento nada cuando mato: no hay rencor, no hay odio. Es sólo un objetivo, nada más. Llego, mato y me voy, como una mortífera ráfaga de viento envenenado.
Como ya dije antes, era la primera vez que salía de los Reinos del Este. Mi gremio tiene miembros permanentemente destacados en Kalimdor, pero quien me contrató quería quefuese yo, personalmente, quien se hiciera cargo del trabajo. Al parecer, algún cliente satisfecho ha hecho buena propaganda de mí en los corrillos de las tabernas. La suma de dinero sobre la mesa disipó inmediatamente la pereza de afrontar el pesado viaje en dirigible, así que hice mi equipaje y me dirigí a la torre de vuelo de Entrañas. Mis avíos de viaje son ligeros: una armadura liviana, una espaday una daga que quedan perfectamente ocultas tras mi capa de viaje, algo de comida y mi bolsa de vacío: un pequeño saco sin abertura donde guardo las cabezas de mis objetivos, los trofeos que he de llevar como prueba de que el trabajo se ha cumplido. La bolsa de vacío sólo se abre en dos ocasiones: para recibir la cabeza cercenada y para entregarla al contratante. Es prácticamente imposibleabrirla por medios naturales o mágicos, y sólo contados magos conocen el encantamiento adecuado para forzarla. A la vista de todos, no es más que una simple talega vacía que cuelga de la parte trasera de mi cinturón.
El viaje hacia Durotar fue tranquilo, si podemos llamar así a una mareante travesía de varios días a bordo de un dirigible tripulado por un grupo de goblins para los que lalocura no es una enfermedad, sino su modo de vida. A veces me pregunto si estos pequeños seres de mirada maligna y voces estridentes, creadores de artefactos imposibles cuyo funcionamiento a veces deja mucho que desear, no están más cuerdos que nosotros, habiendo logrado mantenerse neutrales y lucrándose a cuenta de ambos bandos. Malditos monstruos verdes. En el fondo, me caen bien.
Alcuarto día de viaje, sobrevolamos las costas de Durotar, una sabana plagada de exótica fauna cuyo salvajismo puede ser contemplado en su máximo esplendor desde el aire. Arenas anaranjadas se funden con una vegetación tan alta que esconde peligros disfrazados de felinos casi invisibles y de reptiles que caminan erguidos como nosotros, capaces de destripar a su presa en un abrir y cerrar de ojos;...
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