Xera
Veremos quien tiene más cojones. El juez o yo-replico imperturbable Nicolás Vidal.
Al tercer día Juana la triste ya no clamaba piedad ni rogaba por agua porque se le había secado la lengua y las palabras morían en su garganta antes de nacer, yacía ovillada en el suelo de su jaula con los ojos perdidos y los labios hinchados gimiendo como un animal en los momento s de lucidez y sonando con el infierno el resto del tiempo. Cuatro guardiasarmados vigilaban a la prisionera para impedir que los vecinos le dieran de deber. Sus lamento ocupaban todo el pueblo, entraban por los postigos cerrados, los introducía el ciento a través de las puertas, se quedaban prendidos en los rincones, los recogían los perros para repetirlos aullando, contagiaban a los recién nacidos y molían los nervios de quien los escuchaba. El juez no pudo evitar el desfilede gente por la plaza compadeciendo a la anciana, ni logro detener la huelga solidaria de las prostitutas, que coincidió con la quincena de los mineros. El sábado las calles estaban tomadas por los rudos trabajadores de las minas ansioso por gastar sus ahorros antes de volver a los socavones, pero el pueblo no ofrecía ninguna diversión aparte de la jaula y ese murmullo de lastima llevado de bocaen boca, desde el rio hasta la carretera de la costa. El cura encabezo a un grupo de feligresa que se presentaron ante el juez Hidalgo a recordarle la caridad cristiana y suplicarle que eximiera a esa pobre mujer inocente de aquella muerte de mártir, pero el magistrado paso el pestillo de su despacho y se negó a oírlos, apostando a que Juana la triste aguantaría un día mas y su hijo caería en latrampa. Entonces los notables del pueblo decidieron acudir a doña Casilda.
La esposa del juez recibió en el sombrío salón de su casa y atendió sus razones callada, con los ojos bajos. Como era su estilo. Hacía tres días que su marido se encontraba ausente, encerrado en su oficina, aguardando a Nicolás Vidal con una determinación insensata. Sin asomarse a la ventana, ella sabía todo lo que ocurríaen la calle, porque también a las vastas habitaciones de su casa entraba el ruido de ese largo suplicio. Doña Casilda espero que las visitas se retiraran, vistió a sus hijos con las ropas de Domingo y salió con ellos rumbo a la plaza. Llevaba una cesta con aparecer por la esquina y adivinaron sus intenciones, pero tenían órdenes precisas, así es que cruzaron sus rifles delante de ella y cuandoquiso avanzar, observada por una muchedumbre expectante, la tomaron por los brazos para impedírselo. Entonces los niños comenzaron a gritar.
El juez hidalgo estaba en su despacho frente a la plaza. Era el único habitante del barrio que no se había taponeado las orejas con era, porque permanecía atento a la emboscada, acechando el sonido de los caballos de Nicolás Vidal. Durante4 tres días con susnoches aguanto el llanto de su víctima y los insultos de los vecinos amotinados ante el edificio, pero cuando distinguió las voces de sus hijos comprendió que había alcanzado el límite de su resistencia. Agotado, salió de sur corte con una barba del miércoles, los ojos afiebrados por la vigilia y el peso de su derrota en la espalda. Atravesó la calle, entro en el cuadrilátero de la plaza y que...
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