Zenda

Páginas: 49 (12148 palabras) Publicado: 12 de noviembre de 2012
VI
el secreto de un sótano
Nos hallábamos en el gabinete del Rey, Federico de Tarlein, Sarto y yo. Me dejé caer rendido en un sillón de brazos. Sarto encendió su pipa y aunque no formuló la menor felicitación por el maravilloso éxito de nuestra descabellada tentativa, su aspecto revelaba claramente la satisfacción, de que estaba poseído. Cuanto a Tarlein, nuestro triunfo y algunas copas de buenvino habían hecho de él otro hombre.
—¡Qué recuerdo para usted el de este día!—exclamó.—Confieso que yo también quisiera ser Rey por doce horas. Pero cuidado, Raséndil, con tomar su papel muy por lo serio. No me admira que Miguel el Negro pareciese hoy más negro y tétrico que nunca, visto que usted y la Princesa parecían tener tantas cosas que decirse.
—¡Qué hermosa es!—exclamé.
—Prescindamosde ella—dijo Sarto.—¿Está usted pronto a partir?
—Sí—contesté con un suspiro.
Eran las cinco y a las doce volvería a convertirme en Rodolfo Raséndil, transformación a la cual me referí chanceándome.
—Y afortunado será usted—comentó Sarto,—si a las doce no es el finado Roberto Raséndil. ¡Vive el cielo! No sentiré mi cabeza segura sobre los hombros mientras se halle usted en la ciudad. ¿Sabeusted, amigo Raséndil, que el duque Miguel ha recibido hoy noticias de Zenda? Se retiró a una habitación para leerlas a solas y al salir parecía aturdido.
—Estoy pronto—dije, sintiéndome menos dispuesto que nunca a prolongar mi permanencia en Estrelsau.
—Tengo que extender un permiso para que podamos salir de la ciudad—continuó Sarto, sentándose.—Miguel es Gobernador de la plaza, como ustedes sabeny hay que esperar que no nos faltarán obstáculos. El documento tiene que firmarlo usted.
—Querido coronel, no he nacido para falsificador.
Sarto sacó un papel del bolsillo.
—Aquí está la firma del Rey—dijo.—Y aquí tengo un pliego de papel de calco. Si en diez minutos no consigue usted escribir «Rodolfo» de una manera presentable, lo escribiré yo.
—Pues escríbalo usted desde luego—dije,—que mihabilidad no llega a tanto.
El coronel puso manos a la obra y no tardó en presentarnos una falsificación muy pasable.
—Y ahora, Federico—prosiguió,—el Rey se retira porque está muy fatigado, no sin ordenar que no se permita la entrada en su cámara a nadie hasta mañana a las nueve. A nadie ¿comprende usted?
—Comprendo perfectamente.
—Puede que se presente Miguel pidiendo audiencia inmediata.Contestará usted que sólo los Príncipes de la sangre tienen derecho a ello.
—Bueno se pondrá el Duque—replicó Tarlein echándose a, reír.
—¿Queda bien entendido?—repitió Sarto.—Si la puerta de la cámara real se abre durante nuestra ausencia, ha de ser después de muerto usted...
—No hay para qué recordármelo, coronel—repuso Tarlein con altivez.
—Ahora, envuélvase usted en esta amplia capa—continuóSarto dirigiéndose a mí,—y póngase esta gorra de cuartel. Es usted mi ordenanza, que me acompaña esta noche al pabellón de caza que usted sabe.
—Hay un obstáculo—dije,—y es que no existe caballo capaz de recorrer más de quince leguas conmigo a cuestas.
—Por eso montará usted dos, uno aquí y otro en Zenda. ¿Estamos listos?
—Por mi parte lo estoy—contesté.
Tarlein me tendió la mano.
—Por siacaso—dijo;—y nos estrechamos la mano cordialmente.
—¡Nada de niñerías!—gruñó el coronel.—¡En marcha!
Pero en lugar de dirigirse a la puerta se acercó a la pared del fondo.
—En tiempo del viejo Rey—dijo,—hacíamos uso frecuente de este camino.
Le seguí y anduvimos cosa de doscientas varas por un estrecho corredor, hasta llegar a maciza puerta de roble, que Sarto abrió. Salimos y nos hallamos enuna solitaria calle a la que daban los jardines de la parte de atrás del palacio. Allí nos esperaba un hombre con dos caballos; uno alazán, magnífico, de gran alzada y el otro bayo, no menos fuerte y brioso. Sarto me indicó que montase el primero y sin decir palabra nos pusimos en marcha. Animada y bulliciosa estaba la ciudad, pero tomamos las calles menos concurridas, cubierta yo la mitad del...
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