Zizek

Mirando al sesgo
Slavoj Zizek

El malestar en la democracia formal
Quizá podríamos arriesgarnos a convertir esto en una máxima de la ética psicoanalítica; una especie de suplemento intersubjetivo del célebre lema de Lacan, “no cedas en tu deseo”: evita en todo lo que cualquier violación del espacio fantasmático del otro, es decir, respeta en todo lo posible el «absoluto particular» del otro,el modo absolutamente particular en que él organiza su universo de sentido. Esta ética no es imaginaria (no se trata de que amemos al prójimo como a nosotros mismos, es decir, en cuanto vemos en él una imagen de nosotros), ni simbólica (tampoco se trata de respetar al otro por la dignidad que le otorga su identificación simbólica que nosotros, aunque concibamos esta comunidad en el sentido másamplio y lo respetamos a él «como ser humano». Lo que le confiere al otro la dignidad de persona no es un rasgo simbólico universal, sino precisamente lo que es en él absolutamente particular, su vida fantasmática, esa parte de él que con toda seguridad no podemos compartir nunca. Para decirlo en términos kantianos, no debemos respetar al otro por la ley moral universal que habita en cada uno denosotros, sino por su núcleo «patológico» máximo, por el modo absolutamente particular en que cada uno de nosotros suela su mundo, organiza su goce (Žižek 2000: 258).
El fantasma como ficción que oculta una falta, una inconsistencia en el orden simbólico, es siempre particular; su particularidad es absoluta, resiste a la mediación, no se la puede incorporar a un ámbito más amplio, universal,simbólico. Por esta razón sólo podemos experimentar la dignidad del fantasma del otro tomando una suerte de distancia con respecto a nuestro propio fantasma, sintiendo la contingencia fundamental del fantasma como tal, capándolo como el modo en que cada uno, de una manera que es propia, oculta el atolladero de su deseo. La dignidad de un fantasma consiste en su mismo carácter ilusorio, frágil, desamparado(Žižek 2000: 259).
Estos “diferentes tipo de pequeñas cosas”, que Navokov llama “divinos detalles”, designan por supuesto el fantasma fundamental, ese “absoluto particular” que funciona como un marco dentro del cual tienen sentido para nosotros las cosas y los acontecimientos (Žižek 2000: 260)
De modo que la sociedad ideal, utópica, estarían claramente diferenciados los dominios públicos y loprivado; sería una sociedad que le haría posible a cada individuo y a toda la comunidad perseguir la obtención de “los diferentes tipos de pequeñas cosas en torno a las cuales centran sus fantasmas y sus vidas (…) El problema de este sueño liberal es que la división entre lo público y privado nunca se produce sin dejar un cierto resto. Sin embargo, (…) el atolladero real va en dirección opuesta:la misma ley social que, como una especie de conjunto neutro de reglas, debe limitar nuestra autocreación estética y retirarnos una parte de goce en bien de la solidaridad, está desde siempre impregnada de un goce excedente obsceno, “patológico” (Žižek 2000: 262).
La distinción lingüística entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación encuentra aquí su aplicación perfecta: detrásdel enunciado de la ley moral que nos impone la renuncia al goce hay siempre oculto un obsceno sujeto de la enunciación que atesora el goce que roba (Žižek 2000: 262-3).
El superyó, por así decirlo, es un agente de la ley no alcanzado por la autoridad de la ley: hace lo que nos prohíbe hacer. Hay una paradoja fundamental: cuanto más inocentes somos (es decir cuanto más obedecemos el mandato delsuperyó y renunciamos al goce), más culpables nos sentimos; ello se debe a que, cuanto más obedecemos al superyó, mayor es el goce que se acumula en él y, por lo tanto, mayor la presión que ejerce sobre nosotros (Žižek 2000: 263).
Kant con McCullough
“… «el Bien es sólo la máscara del Mal radical y absoluto, la máscara de la obsesión indecente» por das Ding, la Cosa atroz, obscena. Detrás...