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En diciembre de 2010 recibí una invitación de Azriel Bibliowicz para leer la conferencia que inauguraba el período 2011 del postgrado en escrituras creativas de la Universidad Nacional. Me llegó el fin del año redactando ese texto que comienza así:
“¿Pero yo qué les voy a decir? Un grupo de graduados universitarios, es decir, de adultos responsables de decisiones comohacer una maestría en la universidad más importante del país, inicia su aventura escuchando a alguien que, maldita sea, algo nuevo, algo distinto, algo profundo, habrá de decirles sobre la escritura. Al menos algún consejo útil, un decálogo revelador”.
La misma noche en que escribí esas palabras, de repente me vino a la mente la pregunta que no me había espetado: “¿Existe algún manual de consejosútiles, hay un decálogo revelador?”. Vagamente recordaba algo de Quiroga, otra cosa en algún libro de Monterroso, unos consejos de Chéjov para cuentistas... En fin, una primera lista nebulosa, buena para nefelibatas, que era indispensable corroborar.
1. Ochenta y nueve decálogos
Suelen pasarme cosas como ésta: estoy muy juicioso, con un plan de trabajo trazado, convencido de que no voy aabandonarlo hasta que termine, y de repente, por culpa de una frase escrita sin pensarla demasiado –“consejos útiles, decálogo revelador”–, durante algo más de una semana me desvío hacia una indagación en bibliotecas reales y virtuales acerca del tema. En una semana, reuní, no me creerán, ochenta y nueve textos con carácter de consejos, prohibiciones, órdenes, prescripciones, la mayoría de ellos enforma de decálogos. Ochenta y nueve.
La siguiente imagen merece párrafo aparte para poder interiorizar la pesadilla que siguió: ¿qué haría yo con una lavadora o con una estufa que trajera ochenta y nueve manuales distintos con instrucciones de operación?
Duró poco la pesadilla. Con rapidez me di cuenta de que ésa no es la comparación adecuada. Se aproxima mucho más la analogía, por ejemplo, conla culinaria. Platón dijo que ambas, la retórica y la cocina, forman parte de la misma profesión. Nadie me cree, pero Platón lo dijo, se los juro.
Así como en pocos días pude reunir ochenta y nueve reglamentos para el bien escribir, al buscar la referencia “sopa de cebolla” encontré ciento cincuenta y cinco mil entradas en Google. En diez minutos pude ver las tres primeras páginas deresultados y comparar las recetas. Ninguna es igual a otra. Tienen la cebolla en común pero no coinciden en la cantidad, unas tienen mantequilla y otras aceite de oliva, casi todas incluyen ajo pero en cantidades variadas; alguna habla de, comillas, un chorreoncito de brandy, cierro comillas, y otra de solo una cucharada; existe la fórmula que incorpora queso parmesano, pero otra prefiere el cheddar y nofalta la que receta el gruyer. En fin, hay las que incluyen un caldo y una que prescribe, créanme, una pizca de azúcar. Y todas las enecientas recetas se llaman “sopa de cebolla”.
Lo que hay detrás de estas maneras sumarias de ordenar el mundo, en este caso el oficio de escribir, es la misma mentalidad de quien redacta recetas. Una cosa son las palabras y otra la sutileza del buen cocinero. Lasazón. Herederos de los manuales de instrucciones, los decálogos y sus breves formas parecidas sustituyen las poéticas que han sido ley a lo largo de la historia, como las páginas que Platón dedica al asunto enLa república, como la Poética de Aristóteteles, la de Horacio (que ha heredado el nombre de “poética”, pero que en realidad es una carta), la de Boileau para la Francia neoclásica, o elprólogo de las Baladas líricas de Wordsworth y Coleridge, para no referirme sino a algunas de las que he repasado desde que quedé inmerso entre ochenta y nueve decálogos para escribir.
2. ¿Son diez los mandamientos?
Bíblicos y convencionales, la mayoría de los autores optaron por la técnica de Moisés, de comprobada capacidad de memorización y de conocimiento universal pero, a la vez, en términos...
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