A la Hora de La Tarde Y de Los Juegos - Edgardo Rivera Martínez

Páginas: 58 (14424 palabras) Publicado: 18 de marzo de 2013
A la hora de la tarde y de los juegos
Edgardo Rivera Martínez
SERIE ROJA
El horno
la hora convenida, muy puntual, me dirigía por encargo de mi madre al homo del señor Montalvo con dos canastas que contenían todo lo necesario para que nos preparase bizcochuelos. Llamaba a la puerta, y los golpes resonaban como en la nave de una capilla. Abría el dueño, contestaba con parquedad a mi saludo yrevisa­ba y ponía sobre una mesa los ingredientes —la harina, los huevos, el azafrán, el ajonjolí, una botellita de pisco—, así como las cajitas de papel. Y si todo estaba en orden, iba en busca de sus utensilios.
No era un artesano como cualquier otro, pues atendía también sus parcelas, y realizaba uno que otro viaje de negocios -modestísimos negocios- a las montañas de Monobamba y Chanchamayo,de donde traía frutas y pájaros exóticos. Pero el trabajo en que más gusto y dedicación ponía era el de hacer dulces y pasteles de Jauja, y muy en especial esos bizcochos.
Su edad sería de unos sesenta años, y su rostro de un cobre oscuro, de pómulos salientes y ojos parsimoniosos. Hacía mucho tiempo que mi fami­lia acudía a sus servicios, sobre todo con ocasión de un cumpleaños, o de la fiesta dela Virgen del Rosario, o de la llegada de un pariente. Era indis­pensable, no obstante, prevenirle con anticipa­ción y respetar al pie de la letra sus indicaciones, en especial en lo concerniente a la calidad de los materiales. Y era muy exigente, asimismo, en lo relativo a los recipientes de papel «de marque­tería» en los que se horneaba el bizcocho. Unas cajitas que confeccionábamos en casa, enlargo y pulcro trabajo en el que yo participaba muy con­tento, con todo el entusiasmo de mis diez años. Eran tan leves, tan blancas. ¿No tenían algo de aves o carabelas?
Volvía del interior el señor Montalvo, y sin decir palabra empezaba a mezclar los componentes, de acuerdo a un orden minucioso y establecido. Sentado en el poyo, comenzaba después a batir el líquido con un cucharón de madera,muy serio el semblante, sin apartar la vista de la batea. Sus movimientos eran de una regularidad que se habría dicho inalterable, pero sin duda respondían a los más ligeros cambios de la masa con otras tantas modificaciones en la cadencia de su tarea. Apenas si reparaba entonces en mí, como si solo le impor­tara ese ritual, cuyos secretos solo él conocía.
Sentado a un lado, yo desviaba pormomentos mi atención, para no dejarme llevar por aquel ritmo y quedarme dormido. Miraba las paredes, encaladas pero ennegrecidas en muchos sitios por el humo. Aspiraba con deleite el olor de la leña y la fragancia del azafrán, a la tamizada luz que nos llegaba por la puerta del patio. Y en esa quietud, en esa cálida atmósfera, la figura del artesano adquiría una presencia aún más inten­sa, y el quehacerde sus manos una fuerza casi encantatoria.
«Anda, prepara las cajas», me decía en deter­minado momento, y yo iba y las alineaba sobre la mesa. No antes, porque temía que les cayera el polvo, o las mancharan las partículas de hollín que flotaban en el aire. Mientras tanto él procedía a las últimas verificaciones, y a verter una copita de pisco en la batea. Comenzaba a llenar luego, con un jarrito,uno por uno, esos pequeños recep­táculos. Muy preciso siempre, de modo que jamás derramó ni una gota. Y allí quedaban las dichosas cajas, henchidas con esa materia densa y amarilla. Me tocaba ponerlas sobre unas bandejas de hoja­lata, mientras el señor Montalvo iba a mover con un palo las ramas que ardían en el horno, para avivar y distribuir mejor el calor. Él mismo empu­jaba después las latas,con una especie de pala, al hogar. Cerraba a continuación la portezuela, y no quedaba sino esperar.
Me tocaba lavar los utensilios en el patio, y secarlos y devolverlos a su lugar. Entre tanto el artesano se sentaba en el poyo, y sin decir palabra, con los brazos cruzados, inmóvil, aguardaba término de la cocción. ¿En qué pensaba? ¿Por qué se callaba? Y ¿por qué no podía yo dejar de mirar una y...
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