A trav s de las ventanas


A través de las ventanas, decenas y decenas de ventanas de aquel bloque de edificios de un barrio de extrarradio, tan parecido a otros que se prolongan por la avenida, agresivos al espacio. Cubículos de paredes despintadas y ropa secando al viento, allí pululaban familias en su lucha cotidiana por la compra de un futuro; solteros y solteras cuya maldición la sufren solos, ancianos en el ocasode una vida y jóvenes todavía con la marca de la inocencia que les otorga la finita esperanza. Allí están ellos, al trasluz de esas finas cortinas, varados y confinados por una opresión sedentaria.
Ciertas veces la gente que habita detrás de esas ventanas corren la cortina que da al patio, o por acción del viento me deja examinar con más detalles aquella sugestión doméstica.
Por las mañanas, a unahora temprana, la cortina de flores de colores estridentes la solían correr, dejándome recoger instantes, ávido de sensaciones. La madre preparaba el desayuno a dos niños que se sentaban a la mesa con el manto del sueño todavía velando sus ojos. Siempre era un desayuno escaso, servido por la mujer con una tensión en las manos y la mirada baja reflejaba vergüenza. Demasiado ligero para dos niños enedad de crecer y con las ansias de aprender.
No eran pocas las veces que, a espalda de los niños, rellenaba los vasos de leche con agua para alargar la botella que ya escaseaba, o daba unas cuantas galletas en las cuales estaban marcadas la firma de alguna ONG. Era a finales de mes cuando esta estampa se repetía con más frecuencia.
El supuesto padre llegaba poco después. Con una taza de café, sesentaba en una silla un poco apartados de todos y dejaba vagar la mirada sin posarla en nadie de la casa, en su mujer por el temor de descubrir que ya no la ama, ni en los ojos de sus hijos por la certeza que se encontrara a él mismo reflejado en sus miradas, todavía dulces pero destinadas a ser truncadas.
La madre en una esquina de la cocina, preguntándose la razón de su vida, respondiendo elrecuerdo de los gritos que anoche sobre ella lanzaban, ebrios y agónicos que su marido dedica. Mientras, calienta algún tipo de té, al borde del colapso por sobrepasarle las dificultades de una vida asalariada, esclava de su sufrimiento.
Y los niños mientras metiendo sus libros escolares en las mochilas, despidiendo con un alegre parloteo a la tormenta que se fragua en su casa.
Todo eso veo yo,desde mi ventana sin cortinas observando momentos, coleccionando imágenes que no me pertenecen.
Dos pisos más arriba, el de la cortina con abundantes manchas de grasa, allí vive una pareja de jóvenes extranjeros. Su físico asemeja a las razas árabes pero el frio que envuelve su cocina no entiende de razas, solo de clases sociales.
Era en verano cuando más podía ver en situación a los dosextranjeros. Era la joven chica la primera en abrir la ventana, dejándome ver una cocina muy poco amueblada y con electrodomésticos que en el mejor de los casos no realizaban su función como antes. La nevera exigía con sus ruidos una merecida jubilación y el microondas con costras de grasa adheridas retaba cualquier advertencia sanitaria. La cocina de gas chisporroteaba al encenderla y los muebleschirriaban cada vez que los abría. Unas fotos colgaban de la pared, pero no llegaba a concretar ninguna figura, solo llegaba a intuir momentos congelados en los que fueron más felices, dignos de recordarse en forma de foto.
Ella por las mañanas solía vestir un uniforme de camisa de botones amarilla y pantalón liso azul marino, todo esto complementado con una gorra cuya ridiculez hacía tal contraste con sumirada rendida que resultaba una figura trágica. Tomaba un desayuno rápido y marchaba hasta bien entrada la tarde.
El chico, presumiblemente la pareja de la antes descrita, aparecía por mi radar de visión horas más tarde, con una cara lánguida y con profundas ojeras, el rostro de la desocupación y el abandono. Vestía lo que se supone que era su pijama, una camiseta descolorida de un equipo de...