S ptima Carta
Siglo XXI Editores
Partamos del intento de inteligencia del enunciado de arriba, en cuyo
primer cuerpo dice: “de hablarle al educando a hablarle a él y con él”.
Podríamos organizar este primer cuerpo de la siguiente manera sin
perjudicar su sentido: “Del momento en que le hablamos al educando al
momento en que hablamos con él”;o: “de la necesidad de hablarle al
educando a la necesidad de hablar con él”; o aun: “es importante que
vivamos la experiencia equilibrada y armoniosa entre hablarle al educando
y hablar con él”. Esto quiere decir que hay momentos en los que la
maestra, como autoridad, le habla al educando, dice lo que debe ser
hecho, establece límites sin los cuales la
propia libertad del educando se pierde en la permisividad, pero estos
momentos se alternan, según la opción política de la educadora, con otros
en los que la educadora habla con el educando.
No está por demás repetir aquí la afirmación, todavía rechazada por
mucha gente no obstante su obviedad, la educación es un acto político. Su
no neutralidad exige de la educadora que asuma su identidad política y
viva coherentemente su opción progresista, democrática o autoritaria,
reaccionaria, aferrada a un pasado; o bien espontaneísta, que se defina
por ser democrática o autoritaria. Es que el espontaneísmo, que a veces
da la impresión de que se inclina por la libertad, acaba trabajando contra
ella. El ambiente de permisividad, de vale todo, refuerza las posiciones
autoritarias. Por otro lado, el espontaneísmo niega la formación del
demócrata, del hombre y de la mujer liberándose en y por la lucha a favor
del ideal democrático así como niega la “formación” del obediente, del
adaptado con la que sueña el autoritario. El espontaneísta es anfibio – vive
en el agua y en la tierra , no tiene entereza, no se define congruentemente
por la libertad ni por la autoridad.
Su ambiente es la licencia en que disfruta su miedo a la libertad. Es por
eso por lo que he hablado sobre la necesidad de que el espontaneísta
superando su indecisión política, se defina finalmente a favor de la libertad, viviéndola auténticamente, o contra ella.Éste es, según estamos viendo en
el análisis que realizamos, un problema en el que se inserta la cuestión de
la libertad y de la autoridad en sus relaciones contradictorias. Cuestión
peor comprendida que lúcidamente entendida entre nosotros.
El mismo hecho de ser una sociedad marcadamente autoritaria, con fuerte
tradición mandona, con inequívoca inexperiencia democrática enraizada
en nuestra historia puede explicar nuestra ambigüedad frente a la libertad
y la autoridad.También es importante notar que esa ideología autoritaria,
mandona, de la que nuestra cultura está impregnada, corta las clases
sociales. El autoritarismo del ministro, del presidente, del general, del
director de la escuela, del profesor universitario es el mismo autoritarismo
del peón, del cabo o del sargento, del portero del edificio.
Entre nosotros, cualesquiera diez centímetros de poder fácilmente se
convierten en mil metros de poder y arbitrio.
Pero precisamente porque aún no hemos sido capaces de resolver este problema en la práctica social, de tenerlo claro frente a nosotros, tendemos
a confundir el uso correcto de la autoridad con el autoritarismo, y así por
negar ese uso caemos en la licenciosidad o en el espontaneísmo
pensando que, al contrario, estamos respetando las libertades, haciendo
entonces democracia. Otras veces somos realmente autoritarios pero nos
pensamos y nos proclamamos progresistas.Es un ...
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