Y encontraron las arañas

Y encontraron las arañas

Los caballos habían tirado del lujoso vehículo todo el mediodía, y ahora estaban exhaustos. Pero
ya no quedaba mucho. Jürgen pudo distinguir por entre medio de los árboles la confusa imagen
de la mansión en la que se irían a vivir él y su madre, en lo alto de una loma.
—Ya llegamos, madre —alegó, con indiferencia—. Puedo verla desde aquí.

Erika, hundida en ligerosueño, abrió con pereza los ojos.
—¿Sí…? —dijo mientras bostezaba—. Bien, bien.
Y lentamente los volvió a cerrar, como si hubiera hablado sin decir nada.
Jürgen chasqueó la lengua, asqueado; siempre hacía lo mismo. Ser hijo de gente adinerada era
más difícil de lo que uno podría llegar a pensar. A excepción de su padre, toda su familia, la familia
Schulze, le parecía irritante y repelente;sobre todo sus tíos, que vestían con colores que dañaban el ver.
Pero sin embargo, su padre Leopold siempre le infundió un respeto que hizo tratarle de usted.
Leopold fue en su tiempo un hombre apuesto y elegante, siempre bien vestido. Fue él quien más
se ocupó de los estudios y aprendizaje de su hijo; fue quien lo educó y quien le inspiró sus modales.
Dedicó también seis años en enseñarle atocar el piano, pero acabó por fallecer. Jürgen aún tenía fresco
en la mente el recuerdo de los últimos días de su difunto padre, año y medio atrás: se acordaba de aquella
noche de lluvia, aciaga, sin luna; rememoraba cada segundo, cada instante de aquellas horas. Las revivía,
y cada vez con más vivacidad…
...Leopold Schulze yacía allí, sentado frente al piano, impasible, quieto; parecíanervioso. Era
tarde, muy tarde, y de cuando en cuando algún relámpago partía el cielo en dos. Llovía a cántaros; y
hacía frío, más de lo normal. El chico lo observaba desde la penumbra, ocultado tras la puerta. Temblaba
de frío e iba exhalando vapor al respirar, pero allí estaba, quieto, a la espera de... «¿de qué?», se preguntó.
Al rato, y sin siquiera darse cuenta, las manos de su padre se situaronsobre la hilera de teclas y
empezaron a tocar una melodía: simple, pero nerviosa; delicada y disonante. Se trataba de una
composición de notas sutiles y extrañas, que parecían deambular mareadas por el silencio del aire.
Sin apenas dar tregua, a continuación se empezaron a agitar, tales como chispas, y antes de que
uno se pudiera dar cuenta se convirtieron en un verdadero baile macabro. Losbrazos de Leopold
empezaron de repente a saltar de un lado a otro del teclado, apasionados y ardientes; sus dedos bailaban
y mordían las teclas a perturbadora rapidez.
Mientras tanto, los truenos y relámpagos crecían en número. Se agitaban. Gritaban.
Pero entonces, e inesperadamente, el hombre dejó suspendidas en el vacío las nerviosas notas
con el pedal, como si hubieran cedido, cansadas yjadeantes. Una mezcla de voces escalofriante. Fue
curioso ver, asimismo, cómo la caída de rayos se interrumpió.
Entonces, como si el frío estremeciese cada una de las partículas del aire, Leopold dejó caer de

arriba abajo sus fatigados brazos sobre el teclado, lanzando así un acorde tan estremecedor e inmenso
que hizo gemir las cuerdas del piano. Más de una se soltó, y, entre sonidos dechatarra y óxido, todo se
apaciguó y quedó sumido en el más remoto silencio.
Y justo después, la velita, sola y desamparada, se consumió y apagó.
Para siempre.
EI vehículo dio un brinco y Jürgen volvió a la realidad. Su madre Erika seguía durmiendo, ahora con
tremendos ronquidos. De mal humor, el muchacho se respaldó en el asiento incómodo y se abrochó el
abrigo de lana. Volvía a hacer frío.
Asípues, la calesa se detuvo al rato frente una mansión inmensa y de una belleza exquisita, aunque
descuidada. Jürgen desvió la vista hacia su madre con cierta resignación; seguía roncando como un
cerdo. ¿Debía despertarla? «No sería agradable». Así que se levantó con pereza y bajó el escalón,
admirando la edificación que se le alzaba frente a él.
Se podía deducir que en su día aquella fue...