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Páginas: 175 (43567 palabras) Publicado: 13 de mayo de 2015
MIGUEL EDUARDO PARDO

TODO UN PUEBLO

2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales

MIGUEL EDUARDO PARDO

TODO UN PUEBLO

-IAl asomarse a la ventana de su casa, Isabelita Espinosa queda absorta, deslumbrada, casi
ciega.
¡Todo arde, todo brilla, todo es luz! Todo parece que palpita y gime bajo los rayos de un
sol fogoso y casi bravío que, abriéndose paso a través delas nubes, señorea por los espacios
su deslumbradora fiereza. Nada detiene su invasión: después de incendiar la atmósfera llega
a la cumbre de la montaña, y la montaña adquiere cárdenos resplandores de volcán; hace de
la llanura un océano de fuego; espanta las sombras de la campiña, que van despavoridas a
esconderse no se sabe dónde; entra en los patios, en los jardines, en los corredores mismosde las casas; relampaguea en los tejados, inflama las paredes; arranca vivos, sangrientos
centelleos de las piedras del arroyo, y al revolcarse, despiadado y frenético, sobre la tierra
desnuda, la tierra se estremece, abre su seno voluptuoso y exhala un tibio y prolongado
soplo de lujuria...
Herida de súbito por tan violentos resplandores, la señorita que acababa de asomarse a la
ventana pestañeacon precipitación dos o tres veces: se lleva instintivamente una mano a los
ojos, a guisa de pantalla, y explora con ansiedad la calle.
La calle está desierta, a pesar de ser una de las más céntricas de la población y de formar
su más ancha y renombrada vía, entre la vieja catedral y la Plaza Nueva, que acaba de
inaugurarse.
A esta plazuela, destinada a la venta de flores y de pájaros, miran tresde las cinco
ventanas que cuenta la casa de don Anselmo Espinosa; las otras dos caen sobre un callejón
sucio, estrecho y mal empedrado, que sirve generalmente de refugio a los pilluelos, y donde
resuena a la sazón, entre mil zumbidos de invisibles insectos, un lejano canto de mujer, que
trae de los corrales vecinos una que otra ráfaga de aire.
El calor es cada vez más sofocante y la luz del solcada vez más intensa. Pero la señorita
resiste aún a pie firme la intensidad del medio día. Sin embargo, dijérase que va cansándose
de su larga investigación, que empieza a ceder. Por lo menos ya no oculta su inquietud; se
mueve incesantemente de este o de aquel lado; dirige la vista a todas partes: hacia la

plazoleta, hacia la esquina, y calle arriba, calle abajo, pasea su inspectora eimpaciente
mirada.
Por fin, esta impaciencia tórnase en disgusto, y, no encontrando lo que busca en la
incendiada travesía, se retira de la ventana, dejándola entreabierta.
Momentos después un joven asoma por el fondo de la plaza; la atraviesa a pasos rápidos,
cruza la calle de igual modo y se acerca, decidido, a la casa de Espinosa. Allí se detiene o lo
detiene un tropel de notas mágicas que, desprendidasde un piano, salen violentamente por
la ventana. Son los preludios raros, fantásticos a ratos y a ratos insurrectos, del Lohengrin,
que vienen a buscar espacio a su grandeza en sitio más amplio del que pretenden encerrarle.
La música wagneriana no debe hacer muy buen efecto en el espíritu del parado caballero, a
juzgar por la cara que pone.
No obstante, permanece inmóvil, atento al ruido de lavibrante partitura. El sol cae de
plano sobre su cabeza, pero tampoco se da por entendido. La enfadosa creación le paraliza
todos los movimientos.
Después de un rato de audición... y de sol, se acerca más a la ventana, introduce
resueltamente un brazo a través de los espaciados balaustres y golpea con los nudillos dos
veces repetidas sobre las entornadas hojas.
Inmediatamente cesa el preludio yaparece de nuevo Isabel, poseída, no ya de anhelante
curiosidad, sino de extraña y visible turbación.
-¡Julián! -exclama al reconocer al joven-, creí que no venías. Te esperé mucho tiempo, y
viendo que pasaba la hora, entré y me puse a estudiar.
El nombrado Julián, en vez de contestar a estas sencillas palabras, clava en el rostro de
la muchacha una intensa mirada de reproche.
Es un mozo de regular...
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