Abadón

Abadón.
1.
No eran más de las nueve de la mañana de un otoñal día de agosto. Aires suaves movían hojas amarillas y secas afuera. El rostro que mostraba el cielo auguraba un día de lastimeras lluvias. Del afán, la angustia y otras tantas sensaciones que me invadían, al salir del carro di un portazo duro, durísimo de verdad. Tal fue el impacto de la puerta contra el automóvil, que en eljardín, cientos de palomas salieron a volar presurosas. Bajé del Sprint y por entre las aves, caminé despacio, con calma, en medio de un estertor indescifrable de emociones que, como por variar, ¡vida hijueputa!, se me salían de las manos y me desbordaban; sí, me desbordaban, me invadían, me iban asfixiando quirúrgicamente. Satanás, de ello es testigo, pero también artífice el muy maldito,culpable directo de la angustia que sobre mí, histérica, voraz se hacía. Busqué la calma que siempre encuentro en un cigarro. Lentamente, en un rito, mí rito, fumé el pitillo y él también me iba fumando a mí. Entonces, el viento de agosto, ese que es gélido, fuerte, como de panteón, movía mi pelo y se llevaba el humo del cigarro. Ande a través de una plaza. En ella había una fuente vieja ydesgastada, en la que se podía ver el musgo verde trepando entre grietas y fisuras del concreto roído con el que estaba construida. Sobre ella, es decir sobre la fuente, había unos ángeles de piedra que hacían una pose de ballet, algo teatral, pero insignificante, ya que la vejez y el tiempo que sobre ella se veía caer, rompía con toda estética que se le pudiera endilgar. Así fui atravesando una largaalameda rodeada de árboles enormes, y antiquísimos, desde donde se podía ver una casa victoriana con sus buenos años encima. Cuando pasé por el lado de la fuente, quise votar la colilla del cigarrillo en ella, por eso vi en su interior las aguas verdes y pútridas sobre las que flotaban hojas, moscas muertas y mugre. En fin, me importó un rábano todo, tiré ahí la colilla.
Llegué a la casa.Levanté una vieja aldaba gótica y di tres golpes secos. Nadie respondió. Golpeé de nuevo con más fuerza y determinación. Detrás de una enorme puerta de madera escuché unos pasos rengos y cadenciosos.
Un momento… —dijo una suave voz carrasposa y gutural.
No respondí nada, sólo esperé.
Tras la imponente puerta escuché, una tras otra, abrirse y moverse lentamente una serie de cadenas, cerraduras ychapas. Entonces la puerta en un sobrio trinar se abrió. El padre Alarcón, con la sotana negra que le cubría hasta los tobillos apareció lánguido frente a mí.
Padre, —saludé estrechando su vieja y huesuda mano.
Rafael, qué bueno verlo, —respondió secamente.
El padre Alarcón es un viejo de más de ochenta años. Él es un hombre endurecido por el ministerio, de caminar lento, pasmoso, casirítmico, de gestos austeros y adustos, poco cabello cano y unos diáfanos, clarísimos ojos azules. Tal ha sido la fuerza con la que sobre él ha caído el tiempo y las circunstancias que parece, su andar dudoso, sosegado y flemático, lógico, es producto de la edad, pero también de un inmenso peso que lleva a cuestas.
El ambiente de la casa era lúgubre en todo sentido. El silbido del olvido zumbaba portodos lados. El único sonido que se podía percibir era el de fugaces vocecitas recitando plegarias tristes, junto con el toc toc de los rengos pasos del padre seguido de los míos. Un olor a viejo, a guardado y a humedad se respiraba en cada rincón. A veces, el aroma dulzón del sándalo y del incienso se colaba por resquicios de puertas medio abiertas, a través de las cuales, ya lo dije, era posiblepercibir el suave murmullo de oraciones desgarradas. La luz era esquiva, frenética, horriblemente ausente. Prendí otro cigarrillo. Puedo decir que del silencio, escuchaba mis suspiros y el humo desvanecerse por los aires.
El padre Alarcón entró a un cuarto. El crujir de los goznes al abrir la puerta me encrespó los nervios. La habitación era pequeña, a duras penas el cura y yo cabíamos...