abogada

o sólo es su retrato venerable
vigilándonos en los laboratorios de Biología, ni los cientos de libros que se escriben
apoyando o debatiendo sus
escritos. No sólo aquel gráfico de un simio que empieza a erguirse y lentamente se transforma en un tipo bien peinado
y de aire emprendedor, todo un clásico
del arte escolar, una suerte de Mona Lisa de los libros de texto.
Hagamos un ejerciciomental. Seamos libres por un momento, puros por
un instante, e imaginemos un mundo
sin conceptos como evolución o selección natural, un mundo que no ha sido
tocado por la mano de Charles Darwin
(1809-1873), aquel biólogo inglés que
se atrevió a decir que no éramos creación divina sino que descendíamos
de los monos, ese hombre que explicó
nuestra existencia como una coyuntura
de factores dondeel pez grande, el mejor adaptado, se come al chico.
Sin estas nociones, seguramente
una historia mucho más bella y poética seguiría en nuestras mentes. Primero, porque nos sería más fácil creer en el
Paraíso y en un tiempo en que el hombre
y la divinidad se comunicaban sin problemas de cobertura o larga distancia.
Adán y Eva no serían esa pareja melancólica y excluida del catálogo de nombresque nos enseñan en las universida-

des. Las Historias de la Biblia se multiplicarían en ediciones incontables, libros
grandes de tapas duras y bellos dibujos,
publicados por las Secretarías de Educación. Y por supuesto Dios, tan debatido y denostado, hallaría un descanso de
las diatribas científicas que cuestionan
su título como Creador de la Vida; ese
que las palabras de Darwin learrebataron hace escasos dos siglos en el mundo
occidental.
Sin los pies de Darwin que anduvieron por Sudamérica, y que al igual que
sus ojos, apenas daban crédito a la diversidad americana y los cambios de las
especies de uno y del otro lado del Continente, uno no tendría que imaginarse
a su abuelo como heredero de Chita, y
los problemas de autoestima quizá disminuirían si no sintiéramos queobservar un mono en un zoológico es algo casi
pudoroso, muy cercano a mirarse en un
espejo.
Claro que sería un mundo menos
detectivesco, nocturno o judicial. La intriga televisiva no conocería ese punto
argumental en que se buscan pruebas
de ADN para confirmar la identidad de
un padre o un homicida, porque sin la
evolución, la genética y la biotecnología
estarían en pañales. Las seriespolicíacas no tendrían tanta audiencia y quizás unos cuantos matrimonios se mirarían de nuevo por las noches y pedirían

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ACTUALIDAD

un fósforo para encender su llama. La
Tierra sería un sitio sin westerns y con
menos concursos de talento, donde los
participantes no pelearían a muerte por
convencer a un juez de que merecen
“salvarse”. El conocido comienzo kafkiano diría algoasí como: “Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana,
luego de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un espantoso mono…”

por naturaleza, escribiríamos poesía a raudales
y culparíamos a la luna o
al embrujo por algún fracaso amoroso adolescente, pues no tendríamos
manera de entender científicamente que un hombre con un Aston Martin
se ganara los favores de
laschicas sobre uno que

Adiós a Stallone o Schwarzenegger:
sin la selección natural, un hombre musculoso con una metralleta que rescata a
la chica bonita de un comando rebelde
y reparte balas con alegría singular sería apenas una variante moderna de La
Guerra de Troya.
Los espacios de debate deportivo
habrían abandonado nuestros fines de
semana. Y es que no habría forma
de explicar cómoun excelente delantero termina jugando como
defensa central, o por qué los
partidos de fútbol de nuestros
días ya no terminan 9-6 o 5-4
y estamos condenados a mirar un mísero 0-0 que se
perpetúa por 120 minutos vía gol de plata, gol
de oro y demás evoluciones en el sistema de competencia. Nadie argumentaría la extinción de los medios
creativos en beneficio de
los contenciones, o que los...