atahualpa

Atahualpa giró con desespero de un lado a otro su grácil cabeza de halcón . Apenas
si podía creer que aquello era realidad y no una oscura pesadilla de la que esperaba
despertar pronto. Pero sí, ahí estaba él, el último Emperador Inca, prisionero, humillado
dentro de su misma y am ada fortaleza de piedra cruda en Cajamarca. La mandó construir
para su boato, en honor a suestirpe de hijo legítimo del sol , heredero de su grandeza y su
brillo de oro, no para aquel denigrante suplicio e indigno final . Las altísimas paredes grises
se sentían frías e inexpugnables. Ni un resquicio, nada que pudiera abrigar esperanza s de un
escape, de una salvación posible. Ni cadenas ni grilletes ataban sus manos o sus pies, mas
sabía que con sus solas fuerzasera imposible cualquier intento: pensó, .
Le desconcertaba la amable frialdad de aquel soldado español que se decía su
amigo, pero no entendía porque un amigo aprisionaría a otro por un puñado de riqueza; no
concebía que tanto podía valer un metal que él y su s súbditos utilizaban únicamente como
medio de adorno corporal, como joyas que realzaban su altiva belleza: , sentencióPizarro, alzando su mano ambiciosa hasta casi rozar el
tumbado, contestó irónico Atahualpa. Después le conversaba con
acento arrastrado y castizo de su patria lejana y a flor de piel, de su país de gente guerrera y
aventurera, de su amado rey y de su adorable reina, a los cuales debía la oportunidad de
conocer aquellas generosas tierras del otro lado del mundo, y ladicha incierta de encontrar
fortuna y honor. Le contó de un hombre llamado Cristóbal Colón, qu i en llegó por primera
vez a esos ignotos reinos, para luego volver agradecido a sus benefactores, Isabel la
Católica y Fernando de Aragón, con valiosas muestras de maíz, metales preciosos, alpacas,
cuyes, especias, dos indios caribes, y jugosas frutas nuevas, que invitó a comerese
momento a los encantados reyes, poniendo él el ejemplo, devorando una papaya antillana
con un deleite que no era de un humano normal . Que navegó por meses en tres carabelas
por un mal calmo y no exento de peligros, le relató, sin rendirse jamás, a pesar del hambre,
la desolación azul del paisaje y los motines feroces de su gente, abriendo la brecha para él y
otros osadosexploradores cuya idea fija y legítima era ganar fama y riqueza fácil , eso sí, a
costa de lo que fuera o viniera.
Afuera se escuchaba el murmullo nostálgico del viento, y una brisa perezosa mojaba
sin descanso todo el paisaje serrano. Hacía pocos días desde su captura, y aún su mente no
dejaba de reprocharle su ingenuidad y su confianza gratuita en aquellos hombres barbados
surgidos demás allá del mar. Todo fue una trampa, una vil trampa en la que cayó como un
liebre inexperta, como si los presagios de los shamanes no le hubieran advertido de su
osada maldad, de su ambición, de su desespero bárbaro por metales y gloria. Podía ir con
un ejército a la invitación, pero solo se acompañó de un séquito reducido, desarmado,
indefenso, como un colibrí sin alas ante unpoderoso cóndor.
Apenas si había comido los pedazos de harina cocida que ellos llamaban pan, y que
saboreaban como si fuera un manjar de dioses, aunque a él, le sabían fofos y de una
resequedad de arena. Solo unos sorbos de agua tomaba de vez en cuando con de sconfianza
para seguir respirando y mantener el vigor. Extrañaba su pueblo, su entorno de princesas y
concubinas, y sobre todoa Cusi Rimay Occllo, luz de sus ojos, rocío de sus mañanas. Extrañaba
también la brisa matinal, los claros anocheceres de luna llena, la luminosidad de los
arcoíris, el rumor de los ríos pedregosos en las quebradas.
Al menos, empinándose un poco al resquicio claro de un tragaluz , podía otear
incansable el horizonte, el infinito horizonte de su reino, que quién sabe si...