Cantante n.n

Páginas: 12 (2944 palabras) Publicado: 26 de junio de 2013

Única Mirando al Mar (Fernando Contreras Castro)
Capítulo Primero
Más por la vieja costumbre que por cualquier principio ordenador del mundo, el sol comenzó a salir agarrado del filo de la colina, como en un último esfuerzo de montañista pendiendo sobre el abismo de la noche anterior. El bostezo imperceptible de las moscas y el estirón de alas de la flota de zopilotes, no significaronnovedad alguna para los buzos de la madrugada. Entre la llovizna persistente y los vapores de aquel mar sin devenir, los últimos camiones, ahora vacíos, se alejaban para comenzar otro día de recolección. Los buzos habían extraído varios cargamentos importantes de las profundidades de su mar muerto y antes de que los del turno del día llegaran a sumar sus brazadas, se apuraban a seleccionar sus presaspara la venta en las distintas recicladoras de latas, botellas y papel, o en las fundidoras de metales más pesados. Los buzos diurnos comenzaban a desperezarse, a abrir las puertas de sus tugurios edificados en los precarios de las playas reventadas del mar de los peces de aluminio reciclable. Los que vivían más lejos, se preparaban para subir la cuesta de arcilla fosilizada que contenía desdehacía ya veinte años el paradero de la mala conciencia de la ciudad. Como fue al principio, y lo sería hasta el apocalíptico instante de su cierre, a eso de las seis de la mañana, los lepidópteros gigantes esperaban a sus operarios paracomenzar a amontonar las ochocientas toneladas de basura que la ciudad desechadiariamente; como fue al principio, los operarios de los tractores se calentaban primeroconun café con leche que servían de una botella de coca cola envuelta en una bolsade cartón; después, a bordo de sus máquinas, emprendían la subida.Salvo el descanso del almuerzo y el del café de la tarde, todo el día removían yamontonaban basura, como una marea artificial, de oeste a este, de adelante haciaatrás, con la vista fija en las palas, mientras las poderosas orugas vencían losespolones deplástico de las nuevas cargas que depositaban los camionesrecolectores; de adelante hacia atrás, todo el día, como herederos del castigo de Sísifosin haber ofendido a los dioses con ninguna astucia particular. A las ocho de la mañana el sol ya alumbraba precariamente la podredumbre de algúnoctubre ahogado entre los nueve meses de lluvia anuales de la SuizaCentroamericana.El Bacán, con sus cuatro ocinco años, esperaba sentado sobre los restos mortales deuna cocina, encallados ahí desde hacía tanto tiempo que ya era casi inimaginable elbasurero de Río Azul sin ellos. No muy lejos, los buzos trabajaban con el único horarioposible en ese lugar: el flujo y reflujo de los camiones recolectores.Mujeres de edades indescifrables a menudo, hombres y niños sin edad algunarumiaban lo que la ciudadhabía dado ya por inservible, en busca de lo que el azar también hubiera tirado al basurero.El Bacán esperaba aperezado en su cocina usual vigilando de cuando en cuando auna de las mujeres, tratando de distinguirla entre las demás compañeras de buceo;
cada vez que se percataba, espantaba las moscas de su cara y sus brazos, mientras jugaba con un juguete hallado ahí mismo no hacía mucho tiempo, sujuguete nuevo. Algo brilló un instante entre lo negro de la basura e hizo que el niño dejara su lugar privilegiado y se internara un poco entre los desechos. El niño perdió de vista, elresplandor, por lo que tuvo que devolverse caminando hacia atrás hasta encontrarlo nuevamente. En ese juego estuvo largo rato, hasta que logró seguir el brillo fugaz que lo llevó hasta un objeto medio enterrado enla basura. Lo tomó por donde pudo y tiró de él. Algo casi redondo salió de entre la basura y se fue pareciendo a una manzana conforme El Bacán lo frotaba contra su camiseta. Era una manzana dorada, con una inscripción: "Paaaa-rr-ra llla mmmmás belllllla", "Para la más bella" leyó el niño comprendiendo a duras penas la frase. La escondió bajo su ropa y regresó a su lugar. Pasó un par de horas...
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