Capitulo De 18 De Cien Años De Soledad
Aureliano no abandonó en mucho tiempo el cuarto de Melquíades.Se aprendió de memoria las
leyendas fantásticas del libro desencuadernado, la síntesisde los estudios de Hermann, el tullido;
los apuntes sobre la ciencia demonológica, las claves de la piedrafilosofal, las centurias de
Nostradamus y sus investigacionessobre la peste, de modo que llegó a la adolescencia sin saber
nada de su tiempo, pero con los conocimientos básicos del hombre medieval. Acualquier hora
que entrara en elcuarto, Santa Sofía de la Piedad lo encontraba absorto en la lectura.
Le llevaba
al amanecer un tazón de café sin azúcar, y al mediodía un plato de arroz con tajadasdeplátano
fritas, que era lo único que se comía en la casa después de la muerte de Aureliano Segundo. Se
preocupaba por cortarle el pelo, por sacarle las liendres, por adaptarlela ropa vieja queencontraba en baúles olvidados, y cuando empezó a despuntarle el bigote le llevó la navaja
barbera y la totumita para la espuma del coronel AurelianoBuendía. Ninguno de los hijos de éste
se lepareció tanto, ni siquiera Aureliano José, sobre todo por los pómulos pronunciados, y la línea
resuelta y un poco despiadada delos labios. Como le ocurrió a Úrsula con Aureliano segundo
cuando ésteestudiaba en el cuarto, Santa Sofía de la piedad creía que Aureliano hablaba solo. En
realidad,conversaba con Melquíades. Un mediodía ardiente, poco después de la muerte de los
gemelos, vio contra lareverberación de la ventana al anciano lúgubre con el sombrero de alas decuervo, como la materialización de un recuerdo que estaba en su memoria desde mucho antes de
nacer. Aureliano había terminadode clasificar el alfabeto de los pergaminos.
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