Cuentos Ticos de Ricardo Fernandez Guardia

Páginas: 169 (42247 palabras) Publicado: 1 de noviembre de 2015
Al dar el reloj las cuatro, don Gregorio Lpez, juez segundo civil de la provincia de San Jos, cerr de golpe el expediente que tena en estudio, y haciendo retroceder el silln de vaqueta en que a diario descansaba su flaca humanidad durante las horas reglamentarias, se desperez con fuerza estirando los brazos en cruz y apretando los puos, a la vez que su boca se abra tamaa en un largo bostezo quele humedeci los ojos. Haba llegado la hora de marcharse, hora vendita para escolares y oficinistas. Don Gregorio se puso de pie y acabo de estirarse empinndose, como para despertar los msculos de las piernas, adormecidos por tan prolongada inmovilidad. Luego dio tres pasos hacia la pared donde colgaba de una percha su sombrero de majestuosa forma judicial y se lo encasquete hacia las orejas, segncostumbre aeja, porque el juez perteneca a la generacin ya casi extinguida de los que llevan el sombrero echado atrs y a medio abotonar el chaleco. Armado de un paraguas inmenso, capaz de servir de albergue a una familia en caso de apuro, emprendi la marcha pasando por la secretara del juzgado, contigua a su despacho, donde se despidi del secretario y los escribientes con un afectuoso hasta maana.En el corredor tropez con Juan Blas, el portero, que se desesperaba al ver que casi todos sus colegas haban cobrado ya su libertad pero don Gregorio Lpez era un cronmetro ginebrino, un hombre de conciencia escrupulosa que no transiga con escamoteos de tiempo ni de trabajo. Cuando iba a poner pie en la calle oy una voz familiar que desde el vestbulo le preguntaba Qu hace Dios de esa vida, donGregorio El juez se volvi para devolver el saludo de don Cirilo Vargas magistrado de la Sala de Casacin. Estrechndose las manos los dos hombres de ley y despus de mutuas interrogaciones afectuosas sobre el estado de las respectivas familias, siguieron juntos hasta la esquina del Palacio de Justicia, donde se detuvieron a conversar un rato. A poco se separaron con otro apretn de manos partiendo donCirilo en direccin del mercado, y el juez, con mucha prisa hacia el parque central, porque amenazaba a llover, y viva lejos, en la plaza de la soledad. Ms apenas haban dado algunos pasos cuando volvindose de pronto llam ( Don Cirilo Don Cirilo El de Casacin se detuvo en la actitud expectante pero don Gregorio, que avanzaba con aire visiblemente perplejo y contrariado, se para de nuevo diciendo. ( Noes nada, don Cirilo. Perdone usted que haya llamado. Quera consultarle una duda que tengo, pero no corre prisa, ser otro da, por que ya el agua se nos viene encima. ( Cuando usted quiera. Siempre me tiene a sus rdenes. Respondi el magistrado. El juez le dio las gracias y continu su camino apresuradamente, porque el cielo se iba cerrando ms y ms. No solo llevaba don Gregorio mucha prisa aquellatarde, sino tambin un humor endiablado. Al atravesar el parque central, desierto por la proximidad del aguacero, solt dos o tres juramentos sordos y algunos retazos de lo que iba rumiando Maldita mujer... que afn de ponerme en ridculo y luego ms all, cuando pasaba por el costado del Palacio Episcopal, exclam parndose Yo no se lo digo a don Cirilo Esta resolucin violenta pareci calmarlo un poco y comoempezaba a caer algunos goterones que sonaban recio sobre los tejados vecinos requiri el paraguas que llevaba debajo del brazo a la funerala, y ech a andar con toda la velocidad que le permitan sus pobres piernas envejecidas en las butacas de veinte oficinas pblicas y una ua encarnada que era uno de los tormentos de su vida. Cuando lleg a su casa todas las cataratas del cielo se precipitaronsobre la capital, circunstancia que atiz de nuevo el clera, porque tena tal horror a mojarse, que las malas lenguas aseguraban que desde el bautismo no le haba tocado agua y aunque es probable que en esto hubiera alguna exageracin, es lo cierto que don Gregorio crea firmemente en la sabidura del refrn de los abuelos, segn el cual ms vale tierra en cuerpo que cuerpo en tierra, y no se olvidaba de...
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