Dayira

YARA Y ROMÁN.

Cerró la ventana preocupada. Aunque era evidente la oscuridad en cierta zona del cielo, nadie parecía haber caído en la cuenta del extraño fenómeno. Era una noche oscura de Agosto ypensó para sí: - Como puede ser esto? Soy la única persona que se ha dado cuenta? Llamaré a la policía? Esperaré unos días más? En realidad dentro de tanta duda había una curiosa sensación deesperanza. De que tarde o temprano la situación se normalizara y que las cosas volvieran a su cauce. Ella era una mujer madura, atractiva, aún con los signos de una juventud no tan lejana de su extrañabelleza. Su pelo negro como solía ser con la ayuda de una amable amiga, sus ojos verdes como deliciosas aceitunas en salmuera, su piel que con aquellos kilitos de nada exudaba un especial sabor dulce. Sepreguntaba cómo era que su sudor era dulce, pero era algo que le gustaba y por eso no se preguntaba más. Aunque su origen era norteño había vivido en varias ciudades desde el centro del país hastaalguna ciudad al oriente con mucha humedad y algo de niebla que se instaló en su piel hacía que permaneciera siempre húmeda. Ahora vivía en otro país. Su cuerpo, se decía a sí misma no sin ciertoreproche, no era el de antes, aquellas piernas bien torneadas, una marcada cintura, unos generosos pero discretos pechos, su alargado cuello, aquella joven muchacha se había ido, aunque en el fondo de sucorazón ella sabía que a pesar de todo, sus principales rasgos físicos persistían firmes y que el tiempo le había dado algo que, como los buenos vinos, era precioso: vida. Caminó unos pasos y saludó asu hija que se encontraba sentada en un sillón pensativa y con la vista perdida oyendo una música sin escucharla. –Cómo estás querida? –le preguntó- la chica quedó en silencio y se cruzaron unamirada de algo así como ya sabes, la mujer entonces le regaló una mirada de cariño y esperanza y la hija le respondió con una mirada de desazón con una lágrima. El hijo que estaba en su dormitorio aún...