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Páginas: 133 (33034 palabras)
Publicado: 26 de septiembre de 2012
Traspuesto en su sillón peluquero, con la puerta del taller abierta de par en par a la incandescencia tibia de las dos de la tarde, el barbero Sixto Pastor Alzamora —rostro sanguíneo y largos bigotes retorcidos— se removiópesadamente en su sillón de cuero de chancho y volvió a sumergirse en los médanos de su siesta salitrera. En el letargo de su entresueño no sabía bien si estaba soñando o evocando esas imágenes brumosas en las que se veía llegando a las costas del norte, a comienzos de 1907, hacinado en la cubierta del vapor «Blanca Elena», junto a un enganche salitrero de ciento cuarenta y nueve trabajadores, todos consus familias a cuestas. Él se había embarcado en Coquimbo con su mujer enferma de tuberculosis y su hija de siete años. Y en aquella penosa travesía marítima, al final, luego de haber hecho todo el trayecto presa del temor a morir ahogada, su pobrecita mujer había muerto del corazón cuando ya, por entre los jirones de la niebla, se divisaban los cerros ferruginosos de Antofagasta. Unas horasantes, en uno de sus flébiles arranques de sentimentalismo, Elidia del Rosario le había hecho jurar por La Virgen de Andacollo que si algo le llegaba a suceder a ella, él, además de cuidar y querer siempre a su pequeña, nunca dejaría de alentar su afición al piano. «Algún día llegará a ser una gran concertista», le dijo. Él siempre se preguntaba qué habría hecho su lírica esposa de haber presenciadoel percance de aquella mañana en la que su querido piano, mal estivado en un lanchón de desembarque, se hundió en las aguas de la fragorosa bahía de Antofagasta.
A Elidia del Rosario la había conocido en el pueblo de Canela Alta, al interior de Ovalle, y se amaron a primera vista. Ella tocaba el piano en la escuela y él era un escuálido aprendiz de barbero en el único taller de peluquería delpueblo; un jovenzuelo intolerante que mientras barría los manojos de pelo se enfrascaba en fervorosas discusiones con los parroquianos más avisados del lugar, discusiones que siempre versaban sobre asuntos de justicia e injusticia social y los hereditarios abusos patronales. Se habían casado en contra de la voluntad de los padres de Elidia, que no aceptaban a un «comepelo» como pretendiente de suhija. Su animadversión no era tanto por la humildad de su oficio como por la fama de anarquista que se había ganado en el pueblo. «Los barberos son todos unos tozudos y renegados de Dios», le había prevenido el padre de Elidia. «Peor todavía si son ácratas». Al final habían terminado casándose a escondidas un soleado lunes 4 de julio, justo cuando ella cumplía veintiún años de edad. Él era un año...
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