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Páginas: 5 (1220 palabras) Publicado: 31 de enero de 2014
Parabola del trueque.
Al grito de , El mercader recorrió las calles del pueblo arrastrado su convoy de pintados carromatos.
Las transacciones fueron muy rápidas, a base de unos precios inexorablemente fijos. Los interesados recibieron pruebas de calidad y certificados de garantía, pero nadie pudo escoger. Las mujeres, según el comerciante, eran de veinticuatro quilates. Todas rubias y todascircasianas. Y más que rubias, doradas como candeleros.
Al ver la adquisición de su vecino, los hombres corrían desaforados en pos del traficante. Muchos quedaron arruinados. Solo un recién casado pudo hacer cambio a la par. Su esposa estaba flamante y no desmerecía ante ninguna de las extranjeras. Pero no era tan rubia como ellas.
Yo me quede temblando detrás de la ventana, al paso de un carrosuntuoso. Recostada entre almohadones y cortinas, una mujer que parecía leopardo me miro deslumbrante, cono desde yo bloque de topacio. Presa de aquel contagioso frenesí, estuve a punto de estrellarme con los vidrios. Avergonzado me aparte de la ventana y volví el rostro para mirar a Sofía.
Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al tumulto, ensartola aguja con sus dedos seguros. Sólo yo que la conocía podía advertir su tenue, imperceptible palidez. Al final de la calle, el mercader lanzo por ultimo la turbadora proclama: Pero yo me quede con los pies clavados en el suelo, cerrando los oídos a la oportunidad definitiva. Afuera, el pueblo respiraba una atmosfera escandalosa.
Sofía y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquiercomentario.
¿Por qué no me cambiaste por otra?, me dijo al fin, llevándose los platos.
No pude contestarle y los dos caímos más hondo en el vacío. Nos acostamos temprano, pero no podíamos dormir. Separados y silenciosos, esa noche hicimos un papel de convidados de piedra.
Desde entonces vivimos en una pequeña isla desierta, rodeados por la felicidad tempestuosa- El pueblo parecía una gallineroinfestado de pavos reales. Indolentes y voluptuosas, las mujeres pasaban todo el día echadas en la cama. Surgían al atardecer, resplandecientes a los rayos del so, como sedosas banderas amarillas.
Ni un momento se separaban de ellas los maridos complacientes y sumisos. Obstinados en la miel, descuidaban su trabajo sin pensar en el día de mañana.
Yo pasé por tonto a los ojos del vecindario, y perdílos pocos amigos que tenia. Todos pensaron que quise darles una lección, poniendo ejemplo absurdo de la fidelidad. Me señalaban con el dedo, riéndose, lanzándome pullas desde sus opulentas trincheras. Me pusieron sobrenombres obscenos, y yo acabé por sentirme como especie de eunuco en aquel edén placentero.
Por su parte, Sofia se volvió cada vez mas silenciosa y retraida. Se negaba a salir a lacalle conmigo, para evitarme contrastes y comparaciones. Y lo que es peor, cumplia de mala gana con sus mas estrictos deberes de casada. A decir verdad, los dos nos sentíamos apenados de unos amores tan modestamente conyugales.
Su aire de culpabilidad era lo que más me ofendía. Se sintió responsable de que no tuviera una mujer como las otras. Se puso a pensar desde el primer momento que suhumilde semblante de todos los días era incapaz de apartar la imagen de la tentación que yo llevaba en la cabeza. Ante la hermosura invasora, se batió en retirada hasta los últimos rincones del mudo resentimiento. Yo agoté en vano nuestras pequeñas economías, comprándole adornos, perfumes, alhajas y vestidos.
¡No me tengas lástima!.
Y volvía la espalda a todos los regalos. Si me esforzaba en mimarla,venia su respuesta entre lágrimas:
¡Nunca te perdonare que no me hayas cambiado!
Y me echaba la culpa de todo. Yo perdia la paciencia. Y recordando a la que parecía un leopardo, deseaba de todo corazón que volviera a pasar el mercader.
Pero un día las rubias comenzaron a oxidarse. La pequeña isla en que vivíamos recobro su calidad de oasis, rodeada por el desierto. Un desierto hostil, lleno...
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