El Alferez Real

Páginas: 5 (1209 palabras) Publicado: 16 de octubre de 2012
El alférez real Eustaquio Palacios
Remedio desesperadoLas sesiones del AyuntamientoLa Jura de Carlos IVPlacer y dolor El convento de San FranciscoConfidenciasEl resto de la historiaConclusión
De Cali a Cañasgordas
A principios del mes de Marzo de 1789, un sábado como a las cinco y media de la tarde, tres jinetes bien montados salían de Cali, por el lado del Sur, en dirección a la haciendadeCañasgordas. Iban uno en pos de otro. El de adelante era un hermoso joven, como deveintidós años, de regular estatura. Color blanco sonrosado, ojos negros y rasgados y miradasevera un tanto melancólica. Apenas comenzaba a apuntarle el bozo y ya se notaban lassombras en donde pronto debían aparecer las patillas.Su vestido consistía en camisa de género blanco, con cintas de lo mismo al cuello, en vezde botones:chaqueta de color pardo ceniciento, y sobre ésta una manta de colores a listas.Llamada en el país |ruana, y sombrero blanco de grandes alas, de paja de |iraca. Los pantalones, del mismo género que la chaqueta, eran cortos, hasta cubrir la rodilla, yasegurados allí con una hebilla de plata. Medias blancas de hilo y botines negros de cordobáncompletaban el vestido del joven jinete. Porúltimo llevaba |zamarros, pero no era en la formade calzones que se les da hoy, sino abiertos: eran dos fajas anchas de piel de venado adobada,que caían sobre cada una de las piernas.
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El alférez real Eustaquio Palacios
Montaba un potro rucio de gran talla y mucho brío, que caminaba con la buena voluntad conque andan las bestias cuando van para su dehesa. El jinete que leseguía era un sacerdote delconvento de San Francisco, fundado en la ciudad hacía sólo veinte años, y que estaba yaentonces en todo el apogeo de su esplendor y disciplina.Frisaba el Padre en los cuarenta y era de semblante grave y mirada profunda; llevaba el hábitode su orden, que era de sayal gris; sobre el hábito, una ruana de lana, de anchas listas moradasy azules, fabricada en Pasto, y sombreroblanco grande de paja asegurado con barboquejo decordón de seda negra; en un pañuelo, a la cabeza de la silla, llevaba envuelto el breviario. Ibacaballero en una mula retinta de buen paso y al parecer muy mansa.El último de los tres jinetes era un joven como de veinticuatro años, de color mulato, esto es,entre blanco y negro, más negro que blanco, pero las facciones más de blanco que de negro.Ensus ojos pardos, rasgados y vivos se revelaba la franqueza juntamente con el valor.Por todo vestido llevaba camisa de lienzo de Quito, ruana de lana basta, de listas azules, pantalones de manta del país tejida en el Socorro, y sombrero hecho con trenza de juncos.Cabalgaba un trotón castaño, alto y doble; en el arzón de la silla, a la derecha, se veía unagran soga enrollada, y en la cintura un largocuchillo de monte, llamado |machete, con sucubierta de vaqueta.Estos viajeros atravesaron en silencio el llano de Isabel Pérez. Los campesinos que iban a laciudad o salían de ella, saludaban al Padre quitándose el sombrero al pasar a su lado, y él lescorrespondía el saludo con una inclinación de cabeza. La tarde estaba magnífica: el sol seocultaba ya detrás de Los Farallones, de manera que laparte del camino por donde en esemomento iban, estaba hacía rato en la sombra; pero la luz del sol se veía brillar sobre lascumbres de las montañas de Chinche.Las afueras de la ciudad ofrecían por ese lado ya esa hora bastante animación. Varios vecinosvolvían de su trabajo con la herramienta al hombro; bestias cargadas de plátanos o leña;mujeres con haces de leña en la cabeza; viajeros que llegabande los pueblos del Sur; arrieroscon sus recuas cargadas de bayeta, papas o anís; algún negro joven que pasaba a escape en sucaballo en pelo y que iba ala ciudad tal vez a comprar lo que faltaba para la cena en algunahacienda o granja vecina; los criados de la hacienda de Isabel Pérez que apartaban las vacasde los terneros como es costumbre a esa hora; y todo esto acompañado del mugir de las...
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