El Coleccionista De Relojes
Laura Gallego García
El coleccionista de relojes extraordinarios
ePUB v1.0
Dirdam15.04.12
Ilustración de cubierta: Enrique Jiménez Corominas Año de publicación: marzo de 2004 Editorial: SM ISBN: 84-675-3071-1
«El hombre es el único ser en la naturaleza que tiene conciencia de que morirá. Aun sabiendo que todo ha de acabar hagamos de la vidauna lucha digna de un ser eterno». Paulo Coelho, Diario de un mago
Prólogo
L
ord Clayton cogió una de las pistolas de la caja con gesto torvo. Sin vacilar, Jeremiah tomó la otra. No dejó de notar que ambas eran armas magníficas, repujadas en oro y plata, con la culata finamente labrada. Lord Clayton cargó la suya. Jeremiah lo imitó. Se miraron a los ojos. No había expresión en ellos. Niodio, ni rabia, ni desafío, ni orgullo. Solo la insondable profundidad del cosmos. —Quince pasos —dijo el juez, el único testigo del duelo que iba a tener lugar en aquella oscura calleja londinense. Se removió, inquieto. Había algo en aquellos dos hombres que no le inspiraba confianza. Los dos alzaron las armas y dieron media vuelta. Por alguna razón, el juez se sintió algo mejor cuando perdieronel contacto visual. —¡Uno! —exclamó. Jeremiah avanzó un paso. Estaba solo a catorce del momento decisivo, pero su mente insistía en retroceder atrás en el tiempo, hasta lo que había sucedido en la subasta, apenas una hora antes. Siguió obedeciendo mecánicamente, como un autómata, las indicaciones del juez, mientras recordaba cómo se había desarrollado la puja por el más extraordinario objeto quejamás se hubiese visto en aquel salón. —¡Dos! Jeremiah había entrado en la sala justo cuando subastaban aquel cuadro de Botticelli y se había reunido allí con la persona que lo estaba esperando, una joven pelirroja de gesto preocupado. Los dos se habían quedado al fondo de la habitación, expectantes, sin llamar la atención; ella le había señalado en silencio la primera fila, donde se hallabasentado lord Clayton, y después había salido al exterior, dejando el asunto en manos de Jeremiah. El joven sabía que había llegado a tiempo, pero no por ello bajó la guardia. Podía sentir perfectamente la impaciencia de lord Clayton. Sabía lo que sucedería sí se interponía entre aquel hombre y lo único que ansiaba en el mundo, pero no tenía otra opción. —¡Tres! Por fin el objeto había hecho su apariciónsobre el mantel de terciopelo que cubría la mesa. Lord Clayton había tenido que contenerse para no saltar sobre él. Era un reloj. El legendario reloj de Madame Deveraux, una cortesana que había vivido en el París del siglo XVII y que había recibido aquel lujoso regalo de manos del mismísimo rey de Francia. Aquel objeto era una joya: se trataba de un reloj de mesa caprichosamente labrado en oro yadornado con figuras de querubines que sostenían el sol, la luna y los planetas, y giraban con lentitud, ejecutando una pausada danza, en torno a la esfera, de manecillas de oro y cuajada de refulgentes piedras preciosas. —¡Cuatro! El reloj Deveraux no tenía precio, pero lo habían sacado a subasta aquel día. Desde su puesto al final de la sala, Jeremiah casi podía visualizar a lord Clayton...
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