El Elogio de los jueces

Páginas: 21 (5037 palabras) Publicado: 22 de abril de 2014
INTRODUCCION

Todo abogado vive en su patrocinio
ciertos momentos durante los
cuales, olvidando las sutilezas de los
Códigos, los artificios de la elocuencia,
la sagacidad del debate, no siente
ya la toga que lleva puesta ni ve que
los jueces están envueltos en sus pliegues;
y se dirige a ellos mirándoles de
igual a igual, con las palabras sencillas
con que la conciencia del hombrese dirige fraternalmente a la conciencia
de su semejante para convencerlo
de la verdad. En estos momentos la
palabra «justicia» vuelve a ser fresca
y nueva como si se pronunciase
entonces por primera vez; y quien la
pronuncia siente en la voz un temblor
discreto y suplicante como el
que se siente en las palabras del creyente
que reza.
Bastan estos momentos de humilde
y solemne sinceridadhumana
para limpiar a la abogacía de todas
sus miserias.
En el ELOGIO DE LOS JUECES ESCRITO POR UN ABOGADO, editado
por primera vez en Italia en 1935, se compendian,
a modo de píldoras, las reflexiones del
autor acerca de las relaciones entre la abogacía
y la judicatura y de ambas con la Justicia. Como
las auténticas píldoras, las de Calamandrei pueden
amargar o estar recubiertas dedulce costra,
ingerirse de golpe o desleírse en la boca,
pero siempre producen el efecto deseado. Incluso
ahora, pasados casi setenta años.

El aforismo tan estimado por los viejos
doctores según el cual res iudicata
facit de albo nigrum et de quadrato
rotundum (*) hace hoy sonreír; sin
embargo, pensándolo bien, debería
hacer temblar. El juez tiene, efectivamente,
como el mago de la fábula,el
sobrehumano poder de producir en
el mundo del derecho las más monstruosas
metamorfosis, y de dar a las
sombras apariencias eternas de verdades;
y porque, dentro de su mundo,
sentencia y verdad deben en definitiva
coincidir, puede, si la sentencia no
se adapta a la verdad, reducir la verdad
a la medida de su sentencia.
Sócrates en la prisión explica serenamente
a los discípulos, conuna
elocuencia que jamás un jurista ha
sabido igualar, cuál es la suprema razón
que impone, hasta el último sacrificio,
obedecer la sentencia aunque
sea injusta: al adquirir fuerza de cosa
juzgada la sentencia es necesario que
se separe de sus fundamentos, como
la mariposa que sale del capullo, y resulta
desde aquel momento inaccesible
para ser calificada de justa o injusta,
puesto queestá destinada a constituir
desde
entonces
en adelante el
único e inmutable
término de comparación
a que los hombres deberán
referirse para saber cuál
era, en aquel caso, la palabra oficial
de la justicia.
Por ello el Estado siente como
esencial el problema de la selección
de los jueces; porque sabe que les
confía un poder mortífero que, mal
empleado, puede convertir en justa lainjusticia, obligar a la majestad de las
leyes a hacerse paladín de la sinrazón
e imprimir indeleblemente sobre la
cándida inocencia el estigma sangriento
que la confundirá para siempre
con el delito.
Cuando el abogado, hablando ante el
juez, tiene la impresión de que la opinión
de éste sea contraria a la suya,
no puede afrontarlo directamente
como podría hacer con un contradictor
situadoen el mismo plano. El abogado
se encuentra en la difícil situación
de quien, para refutar a su
interlocutor, debe primeramente
ablandarle; de quien para hacerle comprender
que no tiene razón debe
comenzar por declarar que está perfectamente
de acuerdo con él.
De este inconveniente deriva, en la
clásica oratoria forense, el frecuente
recurso a la preterición, figura retórica
de lahipocresía; la cual aflora por
fin en ciertas frases de estilo, como en
aquella tan torpe y de que tanto se ha
abusado, con la que el abogado, cuando
quiere recordar al juez alguna doctrina,
dice muy suavemente quererla
«recordar a sí mismo».
Típico es, como ejemplo de tal
expediente, el exordio de aquel
defensor que debiendo sostener una
determinada tesis jurídica ante una
Sala que había...
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