Elviudo román, de rosario castellanos
Colocado por Editorial Promexa, en 1985, en un compendio que incluye narraciones de Andrés Henestrosa, Ermilo AbreuGómez, Juan José Arreola y Juan Rulfo, entre otras plumas de significativo peso en la historia de las letras mexicanas contemporáneas –lo cual evidencia la talla de Rosario Castellanos, y sólo en caso de que el lector no hubiese estado antes en contacto con la obra de la escritora, nacida en 1925 y desaparecida prematuramente en 1974, cuando representaba diplomáticamente a México ante el gobiernode Israel-, “El viudo Román” constituye un pintoresco ejemplo de ese tipo peculiar de relatos al que ves aproximarse lentamente y que, de improviso, saltan sobre ti y te arrancan sonrisas, te sorprenden con falsos presupuestos y te cuentan una historia en la cual, imperceptiblemente al principio, pero contundentemente allí a través de la referencialidad, se entrevera una buena dosis de la esenciade la autora, con su ineludible sello de género, de protagonista asumida de un tiempo pasado que se resquebraja con fiereza inusitada, luego de traspuesta la primera mitad del siglo XX.
Acerca de la presentación que del libro, en la edición referida, hace Eugenia Revueltas, debemos decir que resulta de alcances muy disminuidos. Y es que con independencia de los innumerables tropiezostipográficos (no imputables, ciertamente, a Revueltas, sino a la editorial e imprenta respectiva), subrayar la nota a personalidades como Castellanos se antoja casi suicida cuando se cometen barbaridades tales como evocar pleonásticos “lapsos de tiempo”, ¿o qué los hay de factura distinta? Desafortunado en extremo por parte de Revueltas, porque ella misma cita a Rosario, quien además de mujer de letrasfuera maestra en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México, amén de posgraduada también en Madrid, España, cuando durante una conferencia afirmaba “no dar por vivido sino lo redactado”, transmitiendo a la palabra, a la función poética (cobijándose en el mágico universo de la Retórica) un valor de verdad equiparable al propio hecho.
Menuda cosa, porque ello supone que en laconsciencia de una función estética potencialmente amiga o enemiga de la autora, ésta afronta el riesgo de procurar a su trabajo la verosimilitud con que habrá de persuadirnos, reduciendo a mero detalle la sustitución de verdades por veracidades, como fuera el caso de su origen, deefeño o comiteco, lo cual se convierte en minucia, al lado de su trabajo creativo. En síntesis: habría que buscar de “Elviudo Román” una edición diferente.
Por otro lado, y para comprender a cabalidad los alcances de un relato como el que nos ocupa, resulta fundamental considerar las circunstancias espacio-temporales de Castellanos, toda vez que en la función referencial de su contexto hallaremos la clave que prevenga en nuestro ánimo la formulación de prejuicios inoportunos, porque en la contraposición de génerosentretejidos por ella en “El viudo Román”, pareciera evidenciarse un dejo de revanchismo, cuestionable quizá a la luz del discurso que mujeres y hombres universitarios de hoy pretendemos formular para entendernos mutuamente, aun cuando perfectamente explicable si recordamos que Rosario es testigo presencial de las sacudidas nacionales que trocan identidades prominentemente rurales por sueños...
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