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UNA HISTORIA DE AMOR

-“Voy a ser mamá”-
Una algarabía de risas alegres y lágrimas de emoción, siguieron a la noticia de María Soledad, nuestra segunda hija.
Ya hacía siete meses habíamos experimentado la ternura de recibir a Facundo, el primer nieto. Juan Manuel, nuestro hijo mayor, nos había convertido en abuelos.
Nuestro hogar había cambiado en poco tiempo. Esos once maravillosos hijospequeños, se iban convirtiendo en adultos, padres de familia y en rebeldes adolescentes que discutían todo.
Recuerdo emocionada el nacimiento de cada uno de ellos. Los tuve en mis brazos con mi pensamiento, hasta que Dios puso en mí, la posibilidad de que vinieran. Milagro que no vuelve a repetirse jamás, porque cada hijo es único e irrepetible.
Recuerdo también el día en que Miguel, nuestrohijo del corazón, dijo:
-“Quiero quedarme a vivir acá”-
No pudimos decir nada. Desde entonces, ese pequeño de tres años, pasó a formar parte de nuestro equipo, con todos nuestros errores, con todos nuestros aciertos, con todo nuestro amor.
Y ahora volvíamos a entrar, a través de nuestros nietos, en ese hermoso mundo con olor a bebé. Nuestra dicha aumentaba. Esa noche, las copas se alzaron en unbrindis, y la madrugada estival, nos sorprendió entre abrazos y felicitaciones.
Lejos estábamos de imaginar, que a esa misma hora, en un pequeño pueblito de las sierras de Córdoba, César, nuestro noveno hijo, sufría un terrible accidente y se debatía entre la vida y la muerte.
El llamado que recibimos nos informó que era trasladado en grave estado al hospital de urgencias de la Ciudad de Córdoba.Como en una nebulosa recuerdo la angustia de mi esposo, el llanto de mis otros hijos, mi propia desesperación.
Organizamos la partida hacia Córdoba, el viaje más triste de mi vida. Fuimos rezando, esperanzados en que las cosas no serían tan complicadas. Durante todo el trayecto nos comunicamos permanentemente con nuestros hijos que habían quedado en Rosario, y con el grupo que estaba en lasSierras con César.
Cuando llegamos al Hospital, creo que la mitad de mi vida se quedó en esa sala de terapia, en la cama uno, donde estaba inmóvil mi “hombrecito de juguete”, como yo solía decirle.
Sólo el tétrico sonido rítmico del respirador indicaba algún indicio de vida. El médico de guardia fue claro: tenía un noventa y nueve por ciento de riesgo de muerte, y sólo un pequeño porcentaje deposibilidades de vida mala.
Su daño neurológico era irreversible debido al fuerte golpe que había sufrido en la cabeza.
Recuerdo mi respuesta: -“Hagan todo lo humanamente posible, nosotros ayudaremos con oraciones pidiendo un milagro”-
Después fue la soledad en los pasillos, esperando la hora de visita, de la mano de mi esposo, la desilusión de los partes médicos, el esfuerzo por demostrar fortalezaal telefonear a nuestros otros hijos que estaban ya todos juntos en Rosario. Y el bálsamo que nos producía el saber que todos los días, a las siete de la tarde, los hermanos dejaban sus ocupaciones, para reunirse en nuestro hogar, a rezar el rosario a los pies de la imagen de María. Era un compromiso ineludible. Era lo que ellos podían ofrecer a César.
La gravedad de nuestro pequeño impedía sutraslado a Rosario. Estuvimos cuarenta y dos días en Córdoba. Era la primera vez que nos separábamos de nuestros hijos. Siempre gozamos de la compañía de ellos. Era un gran placer para nosotros, compartir momentos.
Ahora, en la triste inactividad en que me encontraba, negros pensamientos oscurecían mi mente: ¿estarían resentidos?, ¿dejarían los estudios?, ¿cómo armaría nuevamente mi hogar?,¿soportaría mi esposo tanto dolor?.
Por fin llegó el permiso para volver. Era una hermosa mañana de sol. César viajaría en un avión ambulancia para continuar internado en el Sanatorio Británico. Nosotros regresaríamos en nuestro vehículo.
Una alegría interior me invadió al saber que pronto abrazaría nuevamente a mis hijos. Y la claridad de esa mañana, me recordó la frase del Rey León: -“Everything...