Jacob y el otro de Juan Carlos Onetti

Páginas: 55 (13614 palabras) Publicado: 11 de mayo de 2013
JACOB Y EL OTRO

Cuenta el médico

Media ciudad debió haber estado anoche en el Cine Apolo, viendo la cosa y participando también del tumultuoso final. Yo estaba aburriéndome en la mesa de poker del club y sólo intervine cuando el portero me anunció el llamado urgente del hospital. El club no tiene más que una línea telefónica; pero cuando salí de la cabina todos conocían la noticia muchomejor que yo. Volví a la mesa para cambiar las fichas y pagar las cajas perdidas. 

Burmestein no se había movido; baboseó un poco más el habano y me dijo con su voz gorda y pareja: 

—En su lugar, perdone, me quedaría para aprovechar la racha. Total, aquí mismo puede firmar el certificado de defunción. 

—Todavía no, parece —contesté tratando de reír. Me miré las manos mientras manejabanfichas y billetes; estaban tranquilas, algo cansadas. Había dormido apenas un par de horas la noche anterior, pero esto era ya casi una costumbre; había bebido dos coñacs en esta noche y agua mineral en la comida. 

La gente del hospital conocía de memoria mi coche y todas sus enfermedades. Así que me estaba esperando la ambulancia en la puerta del club. Me senté al lado del gallego y sólo le oí elsaludo; estaba esperando en silencio, por respeto o por emoción, que yo empezara el diálogo. Me puse a fumar y no hablé hasta que doblamos la curva de Tabarez y la ambulancia entró en la noche de primavera del camino de cemento, blanca y ventosa, fría y tibia, con nubes desordenadas que rozaban el molino y los árboles altos. 

—Herminio —dije—, ¿cuál es el diagnóstico? 

Vi la alegría quetrataba de esconder el gallego, imaginé el suspiro con que celebrara el retomo a lo habitual, a los viejos ritos sagrados. Empezó a decir, con el más humilde de sus tonos; comprendí que el caso era serio o estaba perdido. 

—Apenas si lo vi, doctor. Lo levanté del teatro en la ambulancia, lo llevé al hospital a noventa o cien porque el chico Fernández me apuraba y también era mi deber. Ayudé abajarlo y en seguida me ordenaron que fuera por usted al club. 

—Fernández, bueno. ¿Pero quién está de guardia? 

—El doctor Rius, doctor. 

—¿Por qué no opera Rius? —pregunté en voz alta. 

—Bien —dijo Herminio y se tomó tiempo esquivando un bache lleno de agua brillante—. Debe haberse puesto a operar en seguida, digo. Pero si lo tiene a usted al lado... 

—Usted cargó y descargó. Con esole basta. ¿Cuál es el diagnóstico? 

—Qué doctor... —sonrió el gallego con cariño. Empezábamos a ver las luces del hospital, la blancura de las paredes bajo la luna—. No se movía ni se quejaba, empezaba a inflarse como un globo, costillas en el pulmón, una tibia al aire, conmoción casi segura. Pero cayó de espaldas arriba de dos sillas y, perdóneme, el asunto debe estar en la vertebral. Si hay ono hay fractura. 

—¿Se muere o no? Usted nunca se equivocó, Herminio. 

Se había equivocado muchas veces pero siempre con excusas. 

—Esta vez no hablo —cabeceó mientras frenaba. 

Me cambié la ropa y empezaba a lavarme las manos cuando entró Rius. 

—Si quiere trabajar —dijo—, lo tiene listo en dos minutos. No hice casi nada porque no hay nada que hacer. Morfina, en todo caso, para queél y nosotros nos quedemos tranquilos. Sólo tirando una monedita al aire se puede saber por dónde conviene empezar. 

—¿Tanto? 

—Politraumatizado, coma profundo, palidez, pulso filiforme, gran polipnea y cianosis. El hemitórax derecho no respira. Colapsado. Crepitación y angulación de la sexta costilla derecha. Macidez en la base pulmonar derecha con hipersonoridad en el ápex pulmonar. Elcoma se hace cada vez más profundo y se acentúa el síndrome de anemia aguda. Hay posibilidad de ruptura de arterias intercostales. ¿Alcanza? Yo lo dejaría en paz. 

Entonces recurrí a mi gastada frase de mediocre heroicidad, a la leyenda que me rodea como la de una moneda o medalla circunscribe la efigie y que tal vez continúe próxima a mi nombre algunos años después de mi muerte. Pero aquella...
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