la muerte de zelda
Como podrán imaginarse, mi estrecha relación con Sherlock Holmes había despertado en mí un profundo interés por el delito y, aun después de su desaparición, nunca dejé de leer con atención los diversos misterios que salían a la luz pública e, incluso, intenté más de una vez,por pura satisfacción personal, aplicar sus métodos para tratar de solucionarlos, aunque sin resultados dignos de mención. Sin embargo, ningún suceso me llamó tanto la atención como esta tragedia de Ronald Adair. Cuando leí los resultados de las pesquisas, que condujeron a un veredicto de homicidio intencionado, cometido por persona o personas desconocidas, comprendí con más claridad que nunca lapérdida que había sufrido la sociedad con la muerte de Sherlock Holmes. Aquel extraño caso presentaba detalles que yo estaba seguro de que le habrían atraído muchísimo, y el trabajo de la policía se habría visto reforzado o, más probablemente, superado por las dotes de observación y la agilidad mental del primer detective de Europa. Durante todo el día, mientras hacía mis visitas médicas, no paréde darle vueltas al caso, sin llegar a encontrar una explicación que me pareciera satisfactoria. Aun a riesgo de repetir lo que todos saben, volveré a exponer los hechos que se dieron a conocer al público al concluir la investigación.
El honorable Ronald Adair era el segundo hijo del conde de Maynooth, por aquel entonces gobernador de una de las colonias australianas. La madre de Adair habíaregresado de Australia para operarse de cataratas, y vivía con su hijo Adair y su hija Hilda en el 427 de Park Lane. El joven se movía en los mejores círculos sociales, no se le conocían enemigos y no parecía tener vicios de importancia. Había estado comprometido con la señorita Edith Woodley, de Carstairs, pero el compromiso se había roto por acuerdo mutuo unos meses antes, sin que se advirtieranseñales de que la ruptura hubiera provocado resentimientos. Por lo demás, su vida discurría por cauces estrechos v convencionales, va que era hombre de costumbres tranquilas y carácter desapasionado. Y sin embargo, este joven e indolente aristócrata halló la muerte de la forma más extraña e inesperada.
A Ronald Adair le gustaba jugar a las cartas v jugaba constantemente, aunque nunca hacía...
Regístrate para leer el documento completo.