La ultima princesa

Páginas: 232 (57825 palabras) Publicado: 18 de febrero de 2015
© Del texto: 2012, Galaxy Craze
© De la traducción: 2012, Victoria Simó
Perales
© De la imagen de cubierta: 2012, Steve
Stone
© Del diseño de cubierta: 2012,
Elizabeth H. Clark
© De esta edición:
2012, Santillana Ediciones Generales,
S. L.
Avenida de los Artesanos, 6
28760 Tres Cantos - Madrid
Teléfono 91 744 90 60
Telefax 91 744 92 24
www.librosalfaguarajuvenil.com

ISBNebook: 978-84-204-0225-3
Conversión ebook: Javier Barbado

La jornada comenzó como un sueño
hermoso y vívido. Era uno de esos días
ya tan escasos en los que el sol brilla
con la luz suave y cálida del principio
de la primavera. Mi madre y yo
estábamos en el jardín, las dos solas;
Mary se había ido con mi padre, pero yo
me había quedado para hacerle
compañía a mi madre, que arrastraba elcansancio de ocho meses de embarazo.
—¡Oh! —mi madre apoyó las manos

en su abultado vientre. Nos habíamos
llevado la merienda al jardín, con
mantelillos de bambú, una manta de
cuadros de color verde lima y algunos
almohadones—. Creo que a tu hermano
también le apetece merendar.
Yo había posado la mano en su
vientre para notar los movimientos
cuando oímos que el mayordomo,
Rupert, nosllamaba. Un mensajero
había traído algo para nosotras.
En la puerta aguardaba un hombre
atractivo de cabello dorado y rizado.
Sostenía una cesta llena de fruta fresca,
justo en su punto: melocotones y
ciruelas, albaricoques y manzanas,
fresas de un rojo oscuro. Yo llevaba sin
probar la fruta desde los Diecisiete

Días.
—¿Quién la envía? —preguntó mi
madre, que no podía apartar losojos del
regalo.
Tendiendo la canasta, el hombre
sonrió. Al hacerlo, dejó entrever una fila
de dientes inmaculados. Recuerdo que
me quedé mirando aquella dentadura,
mientras pensaba que parecía de
plástico.
—Larga vida a la reina —saludó, y
luego se retiró con una sonrisa.
A mi madre siempre la había
incomodado aquel protocolo.
Llevamos la cesta al jardín y nos
acomodamos sobre la mantaverde.
Mi madre estuvo hurgando en el

interior hasta sacar un melocotón de
aspecto delicioso. Se lo acercó a la
nariz y aspiró su fragancia con los ojos
cerrados.
—Mira, lleva una tarjeta.
Saqué una nota blanca de entre el
montón de fresas y la leí en voz alta.
Para la familia real y su nuevo
vástago.
A vuestra salud.
C. H.
—¿Quién es C. H.? —preguntó mi
madre.
Yo ni la escuché.Solo tenía ojos para
la fruta, sin saber por dónde empezar.
¿Qué probaría primero? ¿Una ciruela?

¿Una fresa?
Mi madre abrió la boca para morder
el melocotón. Una gota de jugo le
resbaló por la barbilla.
—Está delicioso. Es lo más exquisito
que he probado en mi vida.
Al dar otro mordisco, su sonrisa
serena se transformó en una expresión
preocupada. Se sacó algo de la lengua y
lo dejócaer sobre la palma de la mano.
—Qué raro. Los melocotones no
tienen semillas.
Me acerqué a mirarlo. Era una
minúscula estrella metálica.
Mi madre palideció y cayó sobre la
manta. Sus manos agarraron la hierba,
sus uñas se clavaron en la tierra. Entre
la brisa, oí un estertor.

Era el último aliento de mi madre.

Con cuidado, desabroché el guardapelo
que pendía de mi cuello. Sentíel peso
del oro galés en la palma de la mano.
Estábamos a finales de agosto, pero
hacía frío entre los gruesos muros del
castillo. Aun en pleno verano, las
corrientes de aire invadían las estancias
como fantasmas solitarios.
Abrí el guardapelo y miré el
minúsculo retrato de mi madre, luego mi
propio reflejo en el cristal emplomado

de la ventana y de nuevo la fotografía,
hasta que seme saltaron las lágrimas.
Teníamos el mismo cabello oscuro e
idénticos ojos de color azul claro. ¿Me
parecería a ella cuando me hiciera
mayor? Cerré los ojos para revivir el
contacto de su abrazo, para evocar el
murmullo suave de su voz y aspirar la
esencia de rosas que todas las mañanas
se aplicaba en el interior de las
muñecas. Por desgracia, aquel día los
recuerdos no acudían a mi...
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