los albañiles
En Los albañiles hay tres crímenes: uno antiguo, otro cercano y el actual, que
desata la investigación: el padre de Jesús, Isidro, el mismo Jesús. La repetición de un
crimen —la reivindicación de la repetición en general— es un procedimiento del que se
han servido Bator en El empleo del tiempo, Robbe‐Grillet en Las gomas y Ollier en La
puesta en escena; en los tres casos una muerte legendaria prefigura una muerte actual:
Robbe‐Grillet acude a la mitología griega y al símbolo de Edipo matando a su padre; en
Butor es la muerte de Abel; en Ollier hay un crimen muy antiguo que se perpetúa bajo la
forma de un grabado rupestre norafricano. El crimen constituye la forma extrema del
enigma que lleva en sí todo nueva Román. El personaje central de Los albañiles es el detective, el “hombre de la corbata a
Rayas”; este personaje, en la mayoría de las novelas citadas y en el mismo Leñero, deriva
directamente de la concepción que los “nuevos novelistas” tienen del antihéroe: un
detective sólo en función de su papel, sin psicología, sin historia, dedicado a ordenar
impresiones y a realizar operaciones de pura deducción mecánica. La investigación fracasa finalmente en Los albañiles, del mismo modo que en Butor, Robbe‐Grillet y Ollier; los
testimonios de los personajes no ofrecen demasiada precisión; la ausencia directa de
Causalidad, la indeterminación y la ambigüedad del crimen da la impresión de que se
asiste a una representación eterna, a una situación circular, predestinada, mítica. Otras características genéricas de las nuevas novelas como la importancia otorgada a la visión, la precisión geométrica de sus formas y el reiterado uso de símbolos se encuentran
igualmente en Los albañiles. Pero todas estas similitudes constituyen ya, para nosotros,
características que configuran una nueva convención: del mismo modo que en el siglo XVII
se pretendía transcribir, en un acto de homenaje a la realidad (pero que al mismo tiempo
la ocultaba al velar la identidad del autor) un manuscrito encontrado; o en el siglo XVII la
novela por cartas o el diario íntimo; un grupo de novelistas franceses acude a mediados
del siglo XX a la forma de la novela policial con intenciones de renovación formal, de
rebelión contra nociones que consideran no aptas para expresar su versión de la realidad, y sobre todo para cuestionar la novela como tal, para crear un nuevo relato. Sin embargo
lo que expresan Butor y Robbe‐Grillet, por ejemplo, es tan disímil que la recurrencia a la
forma policial, el gusto por el símbolo y el mito, la descripción repetida de objetos o la
existencia de anti‐personajes solo puede ubicar genéricamente a la obra: se trata de cierto
número de novelistas que se revelaron bruscamente hacia 1956; tenían ciertamente
puntos comunes, publicaron casi todos en la misma editorial, pero de ningún modo
constituyeron una doctrina común1
.
Pero las analogías son empobrecedoras y nos ocultan el objeto. Nos interesa notar
dos elementos presentes en toda la obra de Leñero, evidentes en Los albañiles: la figuración de un “lector” y un “actor” en el interior de sus novelas: estos dos elementos
las constituyen, en bloque, en metáforas del acto de la lectura.
Han matado a Jesús, el sereno de un edificio en construcción. Ante un detective
desfila un grupo de hombres sospechosos todos de asesinato; ese “hombre de la corbata
a rayas” carece de identidad, es el que escucha la historia de cada uno de los sospechosos,
la persona a quien se dirige el discurso; es el que quiere saber qué sucedió, el que quiere
tener una conciencia clara de los acontecimientos, el que quiere llegar a la objetividad;
pero es también el que no puede identificarse con ningún personaje porque todos son
Sospechosos, el que está afuera; es, entre los albañiles, el no proletario, el trabajador ...
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