Los cocodrilos

Páginas: 5 (1115 palabras) Publicado: 13 de septiembre de 2014
 COCODRILO Estaba de pie en la ducha. Me di un susto tremendo cuando sentí su viscosa presencia deslizándose entre mis piernas enjabonadas. A la altura de los tobillos.Atiné a aferrarme de la llave del agua; si no, me desnuco contra el borde de la bañera.

Permanecí inmóvil bajo el chorro tibio, indagando, al acecho de la repetición del caso. Y lo vi nítidamente cuando se produjo un claro en la superficie espumosa ¡Un cocodrilo!

Enorme, verdoso. No entiendo cómo cabíamos los dos en tan reducido espacio. Lo pienso erguido sobre su cola y sería tan alto comoyo. Pero ahora no se movía, tendido a lo largo, a un costado, en su evidente propósito de no molestarme.

Para mortificarlo me apreté contra los azulejos de la pared, bajé la palanca del calefón al máximo y al instante el agua salió hirviente. Pero el bicharraco, tan orondo, insensible y plácido. Hasta me pareció que gruñía placentero.

Aparentando ignorarlo comencé a fregarme laespalda con el cepillo de mango, y cuando localicé exacta su cabeza le sacudí sorpresivo un golpe. Inútilmente. Con velocidad increíble levantó con sus fauces la tapa de goma del sumidero y alargándose como una anguila desapareció por el embudo carrasposo formado por el agua que se escurría.

No volví a acordarme de él durante el día, y por la misma razón con ninguno de mis compañeros comenté elcaso en la oficina. Tampoco con mis hijos, ni con mi esposa, por que soy soltero y vivo solo. Tengo cincuenta y dos años, pero esto no tiene nada que ver.

Ahora que las noches son bastantes frescas me agrada llevarme a la cama una bolsa con agua caliente. Antes no lo hacía. Creía que era un signo de debilidad, de afeminamiento. Hasta que me convencí de que es estúpido eliminar la frialdad delcolchón, de las sábanas y las cobijas a costa de la propia temperatura. La cama debe calentarlo a uno, y no a la inversa.

Puse la bolsa de agua en el lugar correspondiente, a los pies, y me dormí profundamente. Desperté repentino con la sensación de que algo áspero y frío me rozaba los tobillos. Y resultó lo que esperaba. Allí estaba de nuevo el cocodrilo.

Esta vez procedí con cautela.Retiré los cobertores, así con lenta astucia las cuatro puntas de la sábana donde reposaba acurrucado, como si fuera el patrón del lecho, y lo alcé en vilo. Ni hizo el menor esfuerzo por liberarse. Me llamó la atención que apenas si sentí su peso, como si la improvisada bolsa estuviera llena de viento.

Me acerqué al balcón –vivo en un cuarto piso— y lo arrojé a la calle, cuidando de retenerun extremo de la sábana. Abajo contra el pavimento, hizo un ruido terrible, una verdadera explosión.

Estaba desayunándome cuando llamaron a la puerta, no mediante el timbre, sino con unos golpes sordos. Adiviné que se trataba de coletazos urgente y abrí sereno, dispuesto a recibirlo sin encono. Porque no tenía la menor duda de que se trataba del cocodrilo. Y allí estaba, su cabeza apoyada enel pequeño felpudo, abatido, maltrecho, observándome con ojos implorantes.

Me dio pena; una pena de llanto contenido; y sin una palabra, pero autoritario el mudo gesto, le indiqué que pasara. Eso sí, le señalé con la mano extendida el hueco debajo de la cama, y allí se refugió sumiso, arrastrándose pesadamente.

Fue en el cine donde le descubrí su condición humorística. No sé cómo selas ingenió para entrar, ni cómo pudo seguirme por las calles sin que yo lo advirtiera. Lo cierto es que cuando la sala atronaba con el tableteo de los balazos –sólo veo películas de violencia—, en el instante justo en que el contrabandista en acción se retorcía estertoroso, me privó de la visión la cabeza del cocodrilo, que emergió sobre el respaldo del asiento delantero, incomprensiblemente,...
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