Luciernagas

Páginas: 351 (87581 palabras) Publicado: 3 de febrero de 2013
Luciérnagas
Ana María Matute A los dieciséis años salió de Saint-Paul, creyéndose el centro del mundo. Pero el mundo resultó distinto a todo lo que ella aprendió a temer o amar. Ojeando su cuaderno escolar, podía evocar nueve años largos y casi inútiles de internado. El cuaderno tenía tapas rojas, y en la primera página había escrito, con letra grande y picuda: NOMBRE: Soledad Roda Oliver Nuncala llamó nadie Soledad. Recordaba que este nombre le había parecido ajeno, distante. Siendo muy niña, le sorprendió saber que Sol —tal como la llamaban todos— era como un disfraz, un bello y luminoso fuego que ocultaba aquella palabra oscura: Soledad Y tenía miedo. El cuaderno continuaba: INGRESO EN SAINT-PAUL: dos de octubre de mil novecientos veintisiete. Y, sin embargo, cabían para ella muchascosas en estas palabras. Cosas lejanas, confusas y pueriles. Terribles y concretas cosas de niña. Voces anchas y lejanía. Aquellas palabras traían a la memoria las hojas de los libros, aún unidas en los cantos. Tenía seis años, y con manos torpes rasgaba el papel mientras mordía la fina cadena que llevaba al cuello, con una medalla redonda, de oro. Era muy tímida, y le daba vergüenza decir en vozalta la lección. Dentro del pupitre había formado, con cuadernos y libros una ciudad maravillosamente complicada. Pero ella nada sabía de las ciudades, ni siquiera conocía aquella en que había nacido. Qué difícil de imaginar, entonces, que era posible reducir a escombros parte de una ciudad, en unas horas.

Alguna vez, calle arriba, vio niños desarrapados. Niños sucios, con costras en la narizy descalzos, que pedían limosna. Estos niños le eran apartados rápidamente, y Sol no suponía que fuesen hermanos de alguien. Su hermano, al que veía durante las vacaciones, era un niño rubio, limpio. Se llamaba Eduardo, solamente tenía un año menos que ella, jugaban juntos. Su hermano era más guapo que ella, porque se parecía a su madre. Y su madre, entonces, era la única madre posible. El verano,en aquella época, parecía un trozo de paraíso. Se acababa el colegio, las lecciones mal aprendidas, la severa disciplina de las monjas Iban a un pueblo de la costa, a una casa de paredes encaladas y postigos azules, con arena en el jardín, que crujía bajo los pies y se metía dentro de las sandalias. El día estaba lleno de oro, de un oro ardiente que inundaba los ojos, la boca. Se buscaba lasombra, y la sombra era verde, con frescura mojada, como polvo de agua. Los niños que tenían cara de hermano se sentaban al lado, daban la mano, se metían en el mar hasta la cintura y el pecho, querían aprender a nadar. Lloraban o se reían con dientes menudos, blancos. Por la tarde, en carritos pintados de rojo, tirados por pequeños asnos, se vendían helados de color de rosa, de color limón, en unossombreritos de barquillo. Sol, Eduardo y los otros niños hundían los dientes en el hielo, y el hielo sabía a color de rosa y a color limón. También estaba la tarde, llena de bicicletas. Con sus ruedas grandes, brillantes. La bicicleta, para Sol, iba unida al recuerdo de las manos del padre. El padre tenía manos morenas, y ella sabía, milagrosamente acaso, que la bicicleta la compró papá. Las ruedasde la bicicleta y las manos del padre, parecía que le empujaban, rápidas, por la carretera oscura, entre la doble fila de árboles. Y aquella oscuridad era a un tiempo brillante. Papá, yo he llegado el primero... Papá, yo he llegado antes que nadie... Por la noche, las sábanas herían su piel quemada. Los padres, altos y bronceados, besaban siempre antes del sueño. Entonces surgía una figuraentrañable, una figura de la que no se habla, cercana y anodina, insustituible. Era María, la niñera. María, que parecía mentira fuese madre de alguien —aquella frente con tres largas arrugas, aquella pelusa en las mejillas y encima del labio—. Cuando María le abotonaba el vestido, Sol le curioseaba el cuello, y le sacaba siempre, de puro sabido, un medallón que llevaba colgando, caliente, sobre el...
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