ola como estas tu y yo no

Páginas: 187 (46522 palabras) Publicado: 27 de mayo de 2013
BUEN VIAJE, SEÑOR PRESIDENTE

ESTABA SENTADO en el escaño de madera bajo las hojas amarillas del parque solitario,contemplando los cisnes polvorientos con las dos manos apoyadas en el pomo de platadel bastón, y pensando en la muerte. Cuando vino a Ginebra por primera vez el lago erasereno y diáfano, y había gaviotas mansas que se acercaban a comer en las manos, ymujeres de alquiler queparecían fantasmas de las seis de la tarde, con volantes deorgandí y sombrillas de seda. Ahora la única mujer posible, hasta donde alcanzaba lavista, era una vendedora de flores en el muelle desierto. Le costaba creer que el tiempohubiera podido hacer semejantes estragos no sólo en su vida sino también en el mundo.

Era un desconocido más en la ciudad de los desconocidos ilustres. Llevaba el vestidoazuloscuro con rayas blancas, el chaleco de brocado y el sombrero duro de los magistradosen retiro. Tenía un bigote altivo de mosquetero, el cabelloazulado y abundante conondulaciones románticas, las manos de arpista con la sortija de viudo en el anularizquierdo, y los ojos alegres. Lo único que delataba el estado de su salud era el cansanciode la piel. Y aun así, a los setenta y tres años, seguíasiendo de una elegancia principal.

Aquella mañana, sin embargo, se sentía a salvo de toda vanidad. Los años de la gloria yel poder habían quedado atrás sin remedio, y ahora sólo permanecían los de la muerte.Había vuelto a Ginebra después de dos guerras mundiales, en busca de una respuestaterminante para un dolor que los médicos de la Martinica no lograron identificar. Habíaprevisto no más dequince días, pero iban ya seis semanas de exámenes agotadores yresultados inciertos, y todavía no se vislumbraba el final. Buscaban el dolor en el hígado,en el riñón, en el páncreas, en la próstata, donde menos estaba. Hasta aquel juevesindeseable, en que el médico menos notorio de los muchos que lo habían visto lo citó alas nueve de la mañana en el pabellón de neurología.

La oficina parecía unacelda de monjes, y el médico era pequeño y lúgubre, y tenía lamano derecha escayolada por una fractura del pulgar. Cuando apagó la luz, apareció enla pantalla la radiografía iluminada de una espina dorsal que él no reconoció como suyahasta que el médico señaló con un puntero, debajo de la cintura, la unión de dosvértebras.

—Su dolor está aquí —le dijo.
Para él no era tan fácil. Su dolor eraimprobable y escurridizo, y a veces parecía estar enel costillar derecho y a veces en el bajo vientre, y a menudo lo sorprendía con unapunzada instantánea en la ingle. El médico lo escuchó en suspenso y con el punteroinmóvil en la pantalla. «Por eso nos despistó durante tamo tiempo», dijo. «Pero ahorasabemos que está aquí». Luego se puso el índice en la sien, y precisó:
—Aunque en estricto rigor,señor presidente, todo dolor está aquí.
Su estilo clínico era tan dramático, que la sentencia final pareció benévola: el presidentetenía que someterse a una operación arriesgada e inevitable. Éste le preguntó cuál era elmargen de riesgo, y el viejo doctor lo envolvió en una luz de in certidumbre.
—No podríamos decirlo con certeza —le dijo.
Hasta hacía poco, precisó, los riesgos de accidentesfatales eran grandes, y más aún losde distintas parálisis de diversos grados. Pero con los avances médicos de las dosguerras esos temores eran cosas del pasado.
—Váyase tranquilo — concluyó—. Prepare bien sus cosas, y avísenos. Pero eso sí, noolvide que cuanto antes será mejor.
No era una buena mañana para digerir esa mala noticia, y menos a la intemperie. Había salido muy temprano del hotel, sinabrigo, porque vio un sol radiante por la ventana, y se había ido con sus pasos contados desde el Chemin du BeauSoleil, donde estaba el hospital, hasta el refugio de enamorados furtivos del Parque Inglés. Llevaba allí más de una hora, siempre pensando en la muerte, cuando empezó el otoño. El lago se encrespó como un océano embravecido, y un viento de desorden espantó a las gaviotas y arrasócon las...
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