Pasando la tarde
Las noches en casa de mi abuela son tan escasas como en Venus, un planeta perdido en la profundidad de la Galaxia original, y cada que las paso con ellasucede algo que no entiendo, me vuelvo a enamorar de Flora, la mujer que me esperaba en Puerto Marte el día que la perdí.
De manera que la contribucio´n de mi padre–latas
vacı´as de cerveza,colillas,cuerdas de guitarra, un calcetı
´n que se quito´ hace unas semanas– se ha mezclado
ya con las revistas para adolescentes de mi hermanaKirsty,sus viejos pintalabios, sus tubos de cremas antiacne
´ y sus cajas vacı´as de cede´s. Robbie,que tiene seis
an˜os,aporta lo suyo,que se compone ba´sicamente dejuegos de ordenador rotos,un balo´n de fu´tbol pinchado
y una hamburguesa mordisqueada,mientras que, en extran
˜os rincones au´n sin explorar del ban˜o o de la cocina,de pronto te puedes topar con algu´n resto antiguo de
mi madre,como por ejemplo un vestido que se le quedo´
pequen˜o,una peluca rubia que se compro´ un dı´a parahacer la broma pero luego nunca se llego´ a poner,e
incluso (si tienes de verdad mala suerte) un sujetador
raı´do o un par de bragas.
Dejadme que os aclare algo yamismo: esto no es
ninguna tragedia. Cuando mi padre tocaba alguna de
sus canciones con la guitarra,o Robbie se ponı´a a bailar
como un loco por el salo´n,o Kirsty contabauno de sus
chistes malos,o (cuando au´n andaba por aquı´) mi madre
me acariciaba el pelo al darme las buenas noches,
mi casa era un lugar agradable en el que vivir.
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