Tierras De Potosi

Páginas: 13 (3148 palabras) Publicado: 18 de abril de 2012
Capitulo IEra de ver a Martin Martines el día de su salida de Sucre. Sus botas charoladas reverberaban a la luz del sol; sus diminutos espolines dejaban oir apenas un suave tintín cuando andaba por el patio o habitaciones de la casa disponiendo algunos arreos de su silla de montar; llevaba un pantalón de amarilla tela que hacíafeo contraste con el negro luciente de sus botas; su delgado poncho delargos flecos pendía descuidadamente de sus hombros; su sombrero de jipi-japa con el ala levantada por delante dejaba entrever por encima de la oreja la punta de un barboquejo puesto por su madre, pero que no queria usarlo por parecerle poco gracioso; un gran pañuelo de crema escarlata redeaba su cuello formando un rosón haciaadelante. En suma, mostraba una indumentaria todo lo menos apropiadapara un largo viaje por regiones inclementes, y a lo suma pasadera para ir de paseo a cualquier valle próximo.Con todo, Martin parecía muy animado. Aquella mañana selevantó de cama más temprano que de costumbre, impaciente que le trajesen dela posta la mula que el día anterior alquilara para su viaje. Porfin, había llegado el día de su partida. Por fin, iba a irse aLlallagua, a esa tierra opulenta ysoñada, donde sabiá que se ganaba eldinero a manos llenas, y de donde esperaba regresar al cabo de un tiempo a deslumbrar a sus amigos con su largueza.Un sol de primavera, luminoso y caliente, brillaba sobre las blancas paredes y los techos rojos de la casa. En un rincon del patio, una mata de madreselvas, que estaba a medio trepar en un pilar próximo, movía rato a rato sus floridos festones,como diciendoadiós a Martin, y un pajarillo, posado sobre el alero, daba, a intervalos regulares, sus agudos gorjeos, como si también se le despidiese.Pero Martín poco o nada se fijaba en este bello asunto que le ofrecía la Naturaleza, pues con el afán de su marcha, más iba su pensamiento a la mula esperada u otros objetos prosaicos referentes a su viaje.Cuando le llamaron al comedor, negóse a comer,no obstante las insinuaciones de su madre, el pedazo de asado y los huevos fritos que ella le hiciera preparar, y apenas bebió a sorbos, como maquinalmente, el café que le sirvieron.Llegó el postillón de la posta con la mula. Era un animalgreñudo y amojamado, con las costillas haciendo relieve por bajo del estropeado pellej, el labio inferior colgante, en ademán de desaliento, y, por añadidura,con una protuberancia, a punto de reventar, sobre el lomo. Martín sufrió y aun se indignó ante semejante espectáculo; pero no habia más recurso queconformarce. Ya sabía él con las postas de Sucre no hay que tener exigencias. Ensillose, pues, a la mula con lentitud y mal, pues, además de que ella ensayaba mordiscos y coces, Martín, nada experimentado en la operación de ensillar convenientemente unacaballería,pudoapenas, y sólo con la ayuda del postillón, llenar medianamente taloperación.Luego, a última hora, notando que sus alforjas estabansumamente pasadas y voluminosas, trató de aligerarlas sacando de ellasvarias cosas; pero su madre, cuya mano cariñosa había hecho caberallí buenos pollos y botellas de vino, hízole oportunas reflexiones sobre la necesidad que tendría de esos menesteres enel camino, hastaque al fin le redujo a llevarlos.Por fin, llegó la hora. Martín, no sin cierta emoción,dio el abrazo de despedida a su madre, que lloraba de verle partir por vez primera a tierras lejanas; montó con torpeza y dificultad, y salió de casa caballero en su flaca mula, cuyos cascos resonaron profundamente sobre las losas del zaguán.Entretando, el sol continuaba reverberando con viveza,la madreselva meciéndose suavemente al soplo del aire cargado de su fuerte aroma, y el pajarillo posado sobre el tejado, siempre gorjeando con su vibrante voz. Capitulo IIEra una mañana radiante. La campiña de Sucre, rojiza y polvorienta, reverberaba bajo la inmensa bóveda azul. A través de ella, culebreaba el camino carretero del Norte. Veíanse, diceminadas en sus contornos, casuchas de...
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