Abu Simbel
Ramsés II, faraón egipcio al que se dio el sobrenombre de Grande, tenía 18 años cuando ciñó la corona. Pertenecía a una dinastía casi recién llegada al trono de Egipto y que, además, no era de origen divino, ni siquiera noble. Pero eso, lejos de intimidar al joven soberano, más bien le sirvió de estímulo, y se dispuso a emular, con su acción, las hazañas de sus predecesores.Desde sus antiguas paredes, Ramsés habla en primera persona y todavía, después de tres mil años, sus palabras nos transmiten la poesía, la turbación y el furor del joven rey. Salta a la vista la propaganda para sostener a un Rey Sol de hace tres mil años, disfrazando la realidad al decir que Ramsés “tendió la mano de paz marchando hacia el sur”, cuando lo cierto era que se retiró del campo debatalla.
El templo de Abu Simbel no tenía suficientes defensas contra la arena del desierto, que se derramaba sobre él desde la parte superior de la pared rocosa en la que estaba excavado. Así, desde los tiempos más antiguos, una constante y renovada lluvia de arena escondió (y con ello protegió) gran parte de sus estructuras.. Pero nunca desapareció del todo, pese a que en época romana más de sumitad estaba cubierta y, mientras Mahoma predicaba su credo en la vecina península arábiga, la movediza arena lo cubrió casi totalmente. Eso ocurría en el siglo VII de la era cristiana. Sólo las cabezas de las gigantescas estatuas que decoran la fachada continuaron emergiendo, durante siglos, sobre la arena. Dos enormes rostros enigmáticos y olvidados.
El 5 de marzo de 1813 el jeque Ibrahim ibn AdnAllah las descubrió, iniciando con ello un siglo y medio de apasionantes aventuras arqueológicas alrededor de los grandes templos de Ramsés el Grande. En realidad el nombre verdadero de este hombre era Johann Ludwig Burckhardt, nacido en Lausana, en el cantón de Vaud, vástago de una familia de sólidas tradiciones centroeuropeas.
En su opinión estaba constituido por un solo templo, el más pequeño,dedicado a la esposa de Ramsés, la reina Nefertari, que era el único cuyos seis colosos de la fachada se veían fácilmente. Era también el único del cual el explorador, que se documentaba minuciosamente antes de sus viajes, nunca había oído hablar. Pero fue grande su sorpresa cuando, alejándose por casualidad del objeto de su atención, vio sobresalir de la arena la parte superior de las estatuasdel otro templo, aquel inmenso monumento que el faraón había dedicado al dios Ra-Horakhti (y en realidad a sí mismo). En ese momento empezaba la segunda vida de una obra destinada a ser considerada como una de las grandes maravillas de Egipto. Era el 22 de marzo de 1813.
Después del descubrimiento se inició la exploración, la apertura del templo. Empresa que promovió y llevó a cabo, tras diversasvicisitudes, un italiano al servicio de Inglaterra, Giovanni Battista Belzoni, aventurero obstinado, infatigable, pionero de la arqueología, que el día 1 de agosto de 1817 consiguió al fin entrar en el gran templo de Abu Simbel a través de una galería de arena.
Experimentó una gran desilusión al no encontrar ningún tesoro y ‘sí un calor infernal, de más de ciento treinta grados Fahrenheit(cincuenta y cinco grados centígrados), una serie de incomprensibles esculturas en las paredes (los jeroglíficos egipcios todavía no se habían descifrado) y una extraña sustancia negra que cubría el pavimento, parecida a “nieve negra”, y por ello se limitó a escribir en su diario una fría descripción del conjunto; en la pared del templo dejó grabados los nombres de los descubridores.
Después deldescubrimiento y después de la apertura vendría la valoración, la limpieza, la restauración y la consolidación, así como los trabajos de contención de la arena para que no volviera a cubrir los templos. Todo ello requeriría, con pausas y reanudaciones en los trabajos, en los descubrimientos y en la atención, un siglo más o menos. En el período comprendido entre las dos guerras mundiales, Abu Simbel...
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